Un buen día aterrizó en el campo El Sapo un helicóptero de la Secretaría de Salud Pública, nunca habíamos visto uno, mucha gente se acercó a verlo, todos los chamacos, el chiquerío nos acercamos, las aspas dejaron de rotar; ahí nos agarraron y nos vacunaron contra el sarampión o la viruela; en otra ocasión bajó otro helicóptero tenía un letrero que decía Cigarros Fiesta.
Igual ahí vamos toda la parvada de gente a curiosear; promocionaban los cigarros antes citados, aquellos adultos que fumaran Fiesta y mostraran la cajetilla eran acreedores a un vuelo en ese moscorrón mecánico que se elevaba llenándonos de polvo por andar de metiches.
Lo cierto es que en el campo El Sapo nunca descansaba. Los húngaros también eran propietarios colectivos de ese espacio, llegaban en sus camiones marca Ford, enlonados, con escaleras de madera y una bocina arriba del capacete sostenida en la carrocería.
Eran de cuidado, se decía que les gustaba lo ajeno, por eso los vecinos encerraban a sus marranos, gallinas, guajolotes. Las mujeres caminaban con mucho garbo, vestidas con faldas largas de múltiples colores igual sus blusas, siempre emperijoyadas; pulseras, collares, anillos eran parte de su arreglo personal, todas ellas muy guapas, caminaban por la calle y con el primero que se topaban, le decían, dame tu mano, te leo tu suerte.
Sus esposos también eran guapos y fortachones; armaban una pequeña carpa y ofrecían funciones de cines por un peso, además contaban con una vitrola donde programaban canciones, le daban vuelta a la manivela y el disco de 78 revoluciones empezaba a dar vuelta y salía el sonido; eran discos de los llamados de acetato, de pasta.
Cada tarde acudía con ellos el niño Felipe quien llevaba un disco de Chelo Silva para que lo tocaran en la vitrola; contenía la canción “Una Imploración, te pido señor, si es que te he ofendido. Es que mi amor no es fiel para quien, lo tiene merecido. Si desconfiada soy”….
La melodía se escuchaba en la bocina, por ese servicio le cobraban 20 centavos; la maestra Cuquita propietaria del disco, era un regalo de su enamorado del ricachón don Sixtino, sin saber que en la casa de la profesora no había forma de escucharlo.
Joan Manuel Serrat en su canción ‘Los Fantasmas del Roxy’ narra la historia del cine con ese nombre, el cual fue derrumbado “y en su lugar han instalado la agencia número 33 del Banco Central… Pero de un tiempo acá, en el banco, ocurren cosas a las que nadie encuentra explicación… Cuentan que al ver a Clark Gable en persona, en la cola de la ventanilla dos, con su sonrisa ladeada y socarrona una cajera se desparramó…”.
Hoy el campo El Sapo ya no existe, ya no llegan los juegos, el circo, húngaros, ya la palabra goooool no se escucha, los partidos de futbol llanero quedaron en el olvido, también encuentros de beisbol, menos aterrizan helicópteros; en el terreno se construyó una iglesia del Séptimo Día (Mormones) y una amplia ferretería.
POR RUBÉN MARTÍNEZ CISNEROS
COLABORADOR
MAAZ