Si fallas planeando, estás planeando fallar.
Benjamín Franklin
Esta semana se presentó el Plan México como la estrategia de desarrollo económico conjunta del gobierno federal y la iniciativa privada.
El proyecto fue bien recibido por plantear un país pujante y desarrollado en la visión de la presidenta Sheinbaum. Con López Obrador lo único claro era la voluntad de destruir todo lo alcanzado en los años de neoliberalismo. Desde el incipiente andamiaje democrático, los organismos autónomos, los contrapesos, hasta las obras físicas como el aeropuerto de Texcoco.
Este plan es la primera estrategia hechura de la presidenta y constituye una refrescante noticia. Un plan que mira a futuro y señala metas concretas. La más ambiciosa: insertar al país dentro de las diez economías más grandes del mundo.
Pero también crear 1.5 millones de empleos, fabricar vacunas -desde su desarrollo hasta el envasado-, graduar 150 mil profesionistas técnicos anuales, promover inversiones con sostenibilidad ambiental e inversiones en energías limpias, ser uno de los cinco países más visitados a nivel mundial y disminuir pobreza y desigualdad.
Como plan suena bien, pero implica un esfuerzo titánico si partimos de la realidad nacional. Tan solo en materia laboral, en diciembre de 2024 se perdieron 405 mil empleos formales. Para 2025 el presupuesto asignado para educación superior se redujo en 7.5% y seguimos esperando la vacuna Patria prometida para fines de 2021.
Lo cierto es que se necesita más que buenas intenciones para atraer y retener la inversión privada que se pretende. Quizá por ello se eliminó del documento final la meta de alcanzar 100 mil millones de dólares en inversión extranjera directa anual (en 2024 fue de 38 mdd).
Y el optimismo choca con al menos tres obstáculos:
- Estado de derecho debilitado por el desmantelamiento del Poder Judicial y eliminación de órganos autónomos como contrapesos a la autoridad;
- Control del crimen organizado en zonas del país y sectores de la actividad económica, y
- Insistencia en mantener financiamiento a Pemex, CFE, Dos Bocas, Tren Maya, Mexicana de Aviación y demás proyectos improductivos.
Esto sin contar el impacto del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la revisión del TMEC. En todo caso, no bastan las metas, se requieren políticas públicas eficientes, no ideologizadas, para alcanzarlas.
En 2019, las diferencias sobre el Plan Nacional de Desarrollo provocaron la renuncia del entonces secretario de Hacienda, Carlos Urzúa. La visión de retrovisor de López Obrador se impuso a lo largo del sexenio. Ya conocemos el proyecto de la presidenta Sheinbaum, pero aún falta por publicarse del PND 2025-30, cuya coordinación está a cargo de quien fuera vocero de López Obrador, Jesús Ramírez Cuevas. Esperemos que dicho documento no acabe siendo el freno ideológico que eche por tierra el ambicioso plan para México.
POR VERÓNICA ORTIZ
COLABORADORA
@veronicaortizo
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