La reunión anual de embajadores y cónsules (REC) es ocasión de hacer una revisión del estado de cosas en el mundo y su repercusión en México. Sin duda, la relación más importante y demandante es aquella con Estados Unidos, pero también lo es con el resto del planeta y como muestra cuatro temas transnacionales que transforman las relaciones internacionales, incluso el sistema de Estados-Nación: el cambio climático, la migración, el crimen organizado y la revolución digital.
Ya sean estos fenómenos globales o situaciones de disputas bilaterales, procesos regionales o incluso tensiones internas, la perspectiva de todo ello hecha por las representaciones en el exterior, permite al gobierno de México tener una visión estratégica que ofrece lo mismo retos que oportunidades.
Varias veces he referido ese empecinamiento de nuestra cultura nacional por ver mayormente hacia adentro. La necesidad histórica, de reafirmación, de construir un imaginario nacional ha correspondido con variantes a los diversos momentos de nuestra existencia como país. Incluso el esfuerzo retórico de construir identidades nacionales a partir de la diversidad étnica y las entidades prehispánicas. Todo ello, me parece, es un proceso en permanente construcción y con frecuencia al arbitrio interpretativo coyuntural.
Lo que para mí y me parece la mayoría de los diplomáticos es un hecho es que México está ahí, en un mundo en permanente movilidad y que la adaptación, comprensión y participación en ese proceso es el desafío cotidiano de las relaciones internacionales.
Es por ello, que comprender la diversidad de hechos que suceden en el mundo, desde una perspectiva propia, digamos mexicana, es una de las labores sustantivas del actuar de nuestras representaciones en el exterior. Me atrevo a decir que la viabilidad de una nación depende tanto de sus procesos internos como de su vinculación internacional.
Cuando Saddam Hussein se preparó a defender Kuwait de la reconquista de la alianza internacional encabezada por Estados Unidos, realizó un planteamiento de líneas defensivas auspiciado por su larga guerra con Irán en los años ochenta y la estrategia de sus asesores soviéticos desarrollada en su guerra patriótica contra los nazis. Sabemos el resultado. Ahora en Ucrania vemos un enfrentamiento militar que parece inspirado en esa misma experiencia y por ambos lados, y ello lleva a una cerrazón que limita los avances y genera un desgaste constante.
En el siglo XXI ¿cuál es la estrategia para que un país avance en su desarrollo y bienestar interno? ¿el defensivo, en trincheras y en sucesivas líneas defensivas? Para un país como México, con más de treinta millones de sus ciudadanos en el exterior, con una economía mayormente vinculada con el comercio exterior y con el vecino que tenemos, la diversificación se impone.
Sin duda, siempre nuestra relación más intensa será con Estados Unidos, pero la diversificación es fundamental para reducir nuestra vulnerabilidad a ella. Igualmente, para los vecinos se impone un reconocimiento de su codependencia con nosotros y que un bienestar compartido es posible si Norteamérica continúa e intensifica su comercio, intercambios tecnológicos y movilidad humana.
En un mundo de bloques como el que se perfila desde algún tiempo, esta es una región privilegiada en recursos y capacidades para consolidarse como actor sustantivo de este siglo, pero además irradiar, si las clases políticas lo asumen, un conjunto de valores de convivencia que apunten hacia una sociedad en bienestar.
Me parece que tanto la Presidenta Sheinbaum como el Secretario de la Fuente, cuentan con un sólido equipo de diplomáticos de carrera, con vocación y formación. Nuestra primera línea de defensa y de proyección.
POR DAVID NÁJERA
EMBAJADOR DE MÉXICO, ACTUALMENTE PRESIDE LA ASOCIACIÓN DEL SERVICIO EXTERIOR MEXICANO A.C.
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