El filósofo Martin Heidegger explicó la relación entre la muerte y el tiempo a partir de dos figuras: Dijo por un lado, que cuando se nos pregunta ¿Cuánto falta para morir? Siempre respondemos falta mucho, no importa qué edad tengamos, siempre a la muerte la vemos demasiado lejos. Pero lo paradójico, es que al mismo tiempo, la muerte es inminente. Cualquiera podría morir, ahora mismo.
Con el colapso del mundo se presenta la misma matriz, cuando nos preguntamos ¿Cuánto falta para que el planeta estalle por la sobreexplotación a la que está expuesto? Decimos igual, falta mucho, no nos va a tocar y sin embargo, el colapso es inminente, todo está sucediendo ahora mismo. Calentamiento global, desertificación y desecación de la tierra, desaparición de 150 especies por día, cambio climático con consecuencias directas sobre los órdenes sociales.
Ante la escasez de recursos, lo que se profundizan son las desigualdades y en un mundo mercantilizado lo que se profundiza es la cosificación de la existencia. Hay colapso en una tierra cada vez menos fértil y también en la contaminación de nuestros cuerpos por la ingesta industrializada de productos chatarra. En las grandes hambrunas colectivas, en las migraciones sin destino, en la vacuidad de una existencia articulada alrededor del mandato del consumo desenfrenado.
Darío Sztajnszrajber afirma que la inminencia del colapso excede toda perspectiva y que la intervención destructiva del ser humano en la naturaleza, es de tal índole, que ya ninguna metáfora puede dar cuenta de sus consecuencias. Dice que algo colapso y parece no haber retorno, se cruzó un límite y ya no hay sutura sino agonía, la agonía de un planeta que ya no puede recomponerse.
El filósofo argentino se pregunta y nos pregunta. ¿Cómo explicar el colapso, es para tanto? ¿Ya traspasamos el punto de no retorno en la destrucción de la naturaleza? ¿Se trata de una cuestión específicamente tecnológica o también de una dimensión instrumental, utilitaria, mercantilista y civilizatoria? ¿Todo lo civilizatorio atenta contra el planeta o solo la exacerbación de algunas de sus lógicas? Pero además ¿hay una responsabilidad del ser humano en su conjunto o solo de alguna de sus formas culturales? ¿No hay formas del humano que se vinculan de otro modo con el mundo?
Fredric Jameson, crítico y teórico literario enfatizó, que es más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo. Tal vez esta frase nos permita comprender cuán arraigadas se encuentra en nuestra subjetividad la idea de hacer de nuestra naturaleza sólo un reservorio de recursos y ni siquiera para la satisfacción de nuestras necesidades, sino para la acumulación y expansión de los poderosos.
Pero, ¿qué es lo que se está extinguiendo, el ser humano o la naturaleza? o ¿el apocalipsis es total y se lleva puesto todo? Incluso suele haber lecturas antinómicas en ambos casos, se puede pensar el final de la vida humana sobre el planeta como una catástrofe, pero también se le puede pensar como una liberación de la naturaleza de su principal depredador. Y del mismo modo, se puede pensar al ser humano sin la naturaleza, como una perdida, pero también como la emancipación tecnológica de nuestras ligaduras materiales.
Sztajnszrajber comenta, que queda claro que estamos asistiendo a un tipo de final y lo estamos haciendo como suelen darse los finales, sin que nos demos cuenta. Como en aquel mito relatado por el historiador Plutarco, que nos cuenta que cuando el Marinero Thamus pasaba por la isla de Patxi escuchó una extraña voz saliendo del mar que le advertía, cuando llegues a Palodes anuncia a todo el mundo que el gran dios Pan ha muerto, pero claro los dioses no mueren, ningún dios muere, excepto Pan el dios de la naturaleza salvaje. Pan en griego, además significa totalidad, algo de esa totalidad originaria se va diluyendo en la confrontación cada vez más extendida entre el sujeto humano y la naturaleza como objeto. Sujeto y objeto confrontados, la naturaleza así ha muerto. Un nuevo acontecimiento está en marcha, la cosificación de la realidad, pero sobre todo la cosificación del ser humano.
En la tradición cristiana, la metáfora más conocida del fin del mundo es la del apocalipsis, así se llama el último libro del nuevo testamento. Pero la palabra apocalipsis no significa fin del mundo, sino revelación y lo que se revela, es que este mundo está destinado a sucumbir, como antecedente de un final de los tiempos, donde todo se recompone edénicamente. Todo tiene que explotar para poder volver a la armonía originaria. Muchos pensamientos revolucionarios siguen esta misma matriz, solo la agudización de las contradicciones, da lugar a la revolución final.
Un esquema que no hace del colapso el final, sino que lo asocia con una oportunidad. La palabra oportunidad, emana de la suma de puerto y de estar enfrente, estar frente a un puerto, a la espera de decidirnos a emprender un nuevo viaje. En efecto, en el puerto hay seguridad, pero en los viajes todo se encuentra en movimiento. Una oportunidad es asumir el riesgo y la incertidumbre que implica cualquier nueva posibilidad y sobre todo comprender que tal vez toda nuestra existencia, no sea más que un viaje sin destino fijo, una deriva incierta.
Aun así, no podemos quedarnos quietos, la filosofía es siempre una experiencia de la inquietud. Si hay colapso, siempre hay una oportunidad y si nos podemos imaginar el fin del mundo, también entonces podremos imaginar otros finales y obviamente nuevos inicios. En ellos, ¿qué podemos hacer juntos?
POR HUMBERTO MORGAN COLÓN
COLABORADOR
@HUMBERTO_MORGAN
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