Quedará para el registro: a cinco días del fin del sexenio, el presidente López Obrador se atrincheró. Desde mucho antes tomó la decisión de no escuchar a quienes no lo apoyaban a ciegas, desoír la crítica y tachar de adversarios a quienes piensan distinto. Pero la estampa del fin de sexenio la regaló él: Palacio Nacional amurallado, y él en su interior. Un Zócalo cercado con vallas de metal y diques de concreto para impedir el paso de personas y vehículos en el marco de un tema que AMLO abanderó como pocos y en el que incumplió su promesa de “justicia y verdad”: Ayotzinapa.
Hoy Ayotzinapa ya no solo simboliza la desaparición de 43 estudiantes que, según pruebas documentadas, peritajes, testimonios e indagatorias concluyen, fueron asesinados, sino que es retrato de la colusión entre autoridades y criminales; entre gobierno y delincuencia organizada.
Ayotzinapa es la podredumbre del sistema de procuración e impartición de justicia, de las policías a los jueces, pasando por Fiscalías y Ministerios Públicos; es la indolencia del poder que ya no mira ni se sensibiliza; son los casi 200 mil homicidios con los que cerrará el sexenio y los más de 100 mil desaparecidos que no sabemos si alguien -además de sus familiares- busca. Ayotzinapa es la derrota del Estado, la mentira sistematizada y el engaño como estrategia política.
El presidente prometió lo imposible y, él mismo lo reconoce, no cumplió. En el ocaso del sexenio acepta que el caso sigue donde estaba. Culpa a los criminales de “no querer colaborar” (lo dijo apenas ayer en su mañanera), y no responsabiliza a su gobierno y el vínculo tan estrecho con el Ejército, de empantanar cualquier avance mayor.
AMLO terminó haciendo lo que tanto criticó: esquivó los reclamos y se refugió detrás de vallas y muros. El presidente que aseguró “a mi me cuida el pueblo”, terminó atrincherándose, lejos e impávido a la crítica.
El retrato del adiós se acompaña de un gobierno de “izquierda” repudiado por quienes le confiaron la esperanza de un destino diferente en una de las páginas más dolorosas en la historia reciente del país.
Un cerco tras otro, y una valla que sigue a otra para no escuchar, quedan como descripción del alejamiento de López Obrador. Son el retrato de la transformación, sí, pero del político cercano a las causas sociales al presidente alejado de ellas; del opositor combativo, al mandatario insensible.
-Off the récord
Falta tiempo todavía, pero comienzan a moverse fichas de cara a las próximas contiendas en gubernaturas. En San Luis Potosí, por ejemplo, donde el gobernador Ricardo Gallardo, de la 4T, ejerce férreo control, un nombre de la oposición va despertando incomodidad: Gerardo Sánchez Zumaya. El empresario intenta darle vuelta a la grilla con acciones altruistas -donación de útiles escolares y ayuda a bomberos, por ejemplo-, y así empieza a correr por la libre buscando la candidatura. ¿Le alcanzará? Veremos. Por lo pronto, más de uno anda inquieto.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
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