"Y sin inversión y crecimiento, sostener los programas de bienestar social de México es una imposibilidad actuarial. Esta situación sugiere que lo más probable es un punto medio negociado, pero en política la solución más razonable no siempre triunfa".
Viene a cuenta la cita, tomada de una intervención de la catedrática estadounidense Pamela Starr, porque puede aplicarse a los diferendos abiertos que la política exterior del presidente Andrés Manuel López Obrador deja, en especial con Estados Unidos y España, ambos importantes inversionistas y socios comerciales.
Para los dos, son importantes las certidumbres legales y el estado de las respectivas relaciones bilaterales.
Ninguna de esas relaciones necesita ruidos innecesarios. El crecimiento del comercio y las inversiones de uno y otro –y otros– dependen de las salidas que se den a preocupaciones como la inquietud causada por una reforma judicial hecha a presión y sus implicaciones para los inversionistas extranjeros, no solo estadounidenses.
Cierto que el mandatario mexicano ha sido cuidadoso en subrayar que sus pleitos son con determinados personajes y no con los pueblos. En el caso estadounidense, con el embajador Ken Salazar; en el de España, directamente con el rey Felipe VI, en un diferendo en él tiene la solidaridad de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, que, sin embargo, tiene como tarea resanar las relaciones afectadas.
Pero los diferendos no ayudan. No porque sean injustos o fuera de lugar, según opiniones personales, sino porque se dan entre el representante de un Estado y los representantes de otros.
En ambos casos, son naciones con las que México tiene una larga historia con etapas muy complicadas, para decir lo menos. Pero también es cierto que hay países que han sostenido largos feudos históricos y hoy son aliados y asociados, llevados por interés económico y geopolítico.
En ese sentido, los vínculos con Estados Unidos o con España son tan profundos o más que muchos de los agravios: en un caso, la vecindad y más de 11 millones de mexicanos residentes y 35 millones o más de descendientes de mexicanos –con sus respectivos lazos familiares– son un argumento fundamental; en el otro, vínculos culturales y de sangre son una realidad inapelable, tanto que la relación pueblo a pueblo no se perdió ni siquiera durante la etapa del régimen franquista, de 1939 a 1975.Y no van a desaparecer en ningún caso.
En ese marco, valdría la pena recordar que hace algunos años, a principios del régimen del presidente López Obrador, el senador republicano Marco Rubio afirmó que su ideología sería de poca importancia si recordase que para tener éxito, un gobernante mexicano debería tener en consideración los intereses estadounidenses.
El señalamiento es importante no porque venga de una voz prominente de la derecha estadounidense, sino porque representa en buena medida la visión de su país respecto a la relación con México y porque los intereses de ambos países se encuentran entreverados de manera fundamental.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
COLABORADOR
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE
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