LA ENCERRONA

El Descontento Democrático

Ante esta realidad actual, uno de los mayores retos para las democracias contemporáneas es encontrar maneras de reconectar con sus ciudadanos y restaurar la confianza en las instituciones

OPINIÓN

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Adriana Sarur / La Encerrona / Opinión El Heraldo de México
Adriana Sarur / La Encerrona / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

“Los políticos y los partidos deben ampliar los términos de la conversación política para incluir cuestiones democráticas, pero no es realista pretender que lo hagan por sí solos.” Michael Sandel

El descontento democrático se ha convertido en un fenómeno global que recorre el mundo. Este malestar, evidente en muchas sociedades alrededor de la mayoría de países, surge de la percepción de que las democracias actuales no están cumpliendo con las expectativas de sus ciudadanos. El creciente desencanto con los procesos democráticos y las instituciones ha llevado a una crisis de legitimidad que plantea desafíos significativos para el futuro de la sociedad.

En su obra “El descontento democrático”, el filósofo Michael Sandel aborda una de las raíces de este descontento: la creciente desigualdad y la percepción de que las élites políticas y económicas se han desconectado de las preocupaciones del ciudadano común. Según Sandel, el discurso que domina a las sociedades modernas ha generado una división profunda entre los “ganadores” y los “perdedores” de la política.

Este sentimiento de exclusión y resentimiento ha sido capitalizado por movimientos populistas en todo el mundo, mismos que han logrado canalizar el descontento hacia una crítica feroz contra las élites y las instituciones democráticas tradicionales. Los líderes populistas han conseguido movilizar a amplios sectores de la población que se sienten traicionados por el sistema político y económico ya que movimientos suelen prometer un retorno al poder del “pueblo” (bueno) y una ruptura con las prácticas y políticas que perciben como responsables de su situación actual.

Lo anterior produce una profunda desconfianza hacia las instituciones democráticas y esto amenaza con erosionar los cimientos mismos de la democracia. El problema es que cuando los ciudadanos pierden la fe en sus representantes y en el sistema político, se abre la puerta a la inestabilidad política y al debilitamiento de los procesos democráticos, económicos, sociales y en general se amplían las desigualdades entre las personas que tienen mayores recursos y las que no.

Ante esta realidad actual, uno de los mayores retos para las democracias contemporáneas es encontrar maneras de reconectar con sus ciudadanos y restaurar la confianza en las instituciones. Esto requiere, -como menciona Sandel- una reevaluación del papel de la democracia y un enfoque más equitativo y justo en la distribución de oportunidades y recursos. Las democracias deben esforzarse por crear sistemas que no solo recompensen el mérito, sino que también reconozcan el valor intrínseco de cada ciudadano, -de cada humano-, independientemente de su éxito económico o social.

Es crucial abordar las causas profundas del descontento, como la desigualdad económica, la falta de movilidad social y la percepción de que las decisiones políticas benefician desproporcionadamente a una minoría privilegiada. Las políticas redistributivas, la inversión en educación y en servicios públicos, y la promoción de un debate público inclusivo y respetuoso son pasos esenciales para restaurar la fe en la democracia.

Así, el descontento democrático es un desafío global que pone en riesgo la estabilidad y la legitimidad de los gobiernos e incluso de la sociedad misma. Como señala Michael Sandel, superar este malestar requiere un cambio profundo en la forma en que entendemos y practicamos la democracia, promoviendo una participación social más justa y equitativa donde todos los ciudadanos se sientan valorados y representados.

POR ADRIANA SARUR 

COLABORADORA   

ADRIANASARUR@HOTMAIL.COM 

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