La insistencia en usar marcos tradicionales de izquierda-derecha para explicar los bandazos que se producen en algunos países parece rebasada, y cada vez más alejada de la realidad. La calificación, más bien, debería ser referida al trabajo y las acciones de gobiernos. Sean de “izquierda" o de “derecha", pero que no cumplen con lo que prometen, que fallan en mejorar la situación de sus gobernados y que más bien protegen a grupos de poder sin más méritos que no ser de "los otros".
Pero la verdad, hasta donde se ha visto, ni un extremo ni otro han logrado siquiera acercarse a las utopías que ofrecen. Y peor todavía, mantienen el poder mediante corruptela y represión, que habitualmente atribuyen a sus enemigos.
Y eso, aunque algunos deveras crean que proteger el fraude electoral de Nicolás Maduro en Venezuela es un acto "revolucionario”. O le quita la etiqueta de dictatorial a gobiernos como el de Daniel Somortega en Nicaragua. Es casi tan absurdo como pensar que el régimen de Javier Milei llegó ahí por obra y gracia de una conspiración internacional de derecha.
O creer en el retorno que ofrece Donald Trump a unos Estados Unidos que nunca existieron, excepto en las comedias de televisión.
No. Milei no llegó a la Presidencia argentina mediante trampas, sino porque los gobiernos que le precedieron fallaron una y otra vez en mejorar la situación de los argentinos. ¿O la ideología impide recordar los conflictos internos de los peronistas? Y si Milei no funciona, será rechazado en las urnas, como debe ser.
Hugo Chávez no fue electo en 2004 porque su previo intento de Golpe de Estado militar en 1992 hubiera sido popular, sino porque convenció a los venezolanos de que mejoraría sus circunstancias y remediaría problemas de corruptela. Pero Maduro no es Chávez.
Andrés Manuel López Obrador fue electo en México en parte como consecuencia de su persistente lucha y en parte por el hartazgo y el rechazo provocado por la ineficiencia, la inseguridad y la corruptela registradas bajo los regímenes de Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus predecesores Felipe Calderón y Vicente Fox, del Partido de Acción Nacional (PAN).
Los ejemplos, posibles y probables, son muchos. En Gran Bretaña, los británicos se dieron cuenta, ya que la derecha mintió al afirmar que el Brexit, su salida de la Unión Europea, les daría prosperidad y bienestar. El resultado, una abrumadora mayoría laborista en las últimas elecciones, hace apenas dos meses.
El ascenso de la italiana Giorgia Meloni no puede explicarse sin recordar que recogió y unificó los pedazos de la derecha italiana y por la que algunos analistas describieron como "la necesidad desesperada de probar un partido que aún no había estado en el gobierno". Ciertamente, no son los únicos ejemplos y ni siquiera examinados en profundidad, pero los nuevos desafíos al status quo son más resultado de mal desempeño que de convicciones ideológicas.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
COLABORADOR
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@CARRENOJOSE1
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