Mucho se va a escribir sobre la Convención Demócrata de este 2024. Por ahora quisiera enfocarme en el más humano y convincente de los discursos, el de Michelle Obama, en el que dejó una marca imborrable. Su discurso fue un llamado a la acción que resonó en todo el recinto y más allá. No fue solo una alocución política; fue un despliegue de empatía, una muestra de cómo una figura pública puede conectar profundamente con las experiencias personales y los sentimientos de los ciudadanos comunes.
Con su característico estilo lleno de calidez y determinación, Michelle no solo inspiró, sino que también lanzó “dardos envenenados” hacia Donald Trump, exponiendo sus defectos con la sutileza y la elegancia que la caracterizan.
Michelle Obama supo cómo conectar con su audiencia. Habló de “algo maravillosamente mágico en el aire”, una frase que resonó con aquellos que buscan desesperadamente un cambio, una luz en medio de la “oscuridad política” que ha marcado los últimos años. Su referencia al “poder contagioso de la esperanza” y “la emoción de estar una vez más al borde de un día más brillante” no fue solo retórica, sino un recordatorio palpable de lo que está en juego. Cada palabra estaba cargada de una empatía genuina, que llegó a cada persona que la escuchaba, recordándoles que la política no solo se trata de poder, sino de las vidas que se ven afectadas por quienes están en el poder.
Michelle Obama trazó paralelismos entre su vida y la de Kamala Harris, la candidata demócrata a la presidencia. Ambas mujeres, aunque de orígenes muy diferentes, comparten una creencia fundamental en la promesa de Estados Unidos. Este enfoque en la conexión personal fue crucial. Obama no solo habló de política; habló de la humanidad detrás de la política. Al recordar a su madre de Chicago y a la madre de Harris de la India, subrayó la diversidad de experiencias que conforman la narrativa estadounidense, y como, a pesar de estas diferencias, todos comparten un deseo común de un futuro mejor.
Este mensaje de unidad y esperanza se sintió aún más fuerte cuando mencionó la posibilidad de que Kamala Harris se convierta en la primera mujer presidenta. Pero Michelle, siempre pragmática, advirtió a los demócratas que no den por sentado este logro. Con su habitual franqueza, recordó que “todavía hay muchas personas que están desesperadas por un resultado diferente”. Esta advertencia fue un recordatorio sobrio de que la lucha no ha terminado, y que no se puede subestimar la resistencia al cambio, incluso cuando parece tan cerca.
En este punto, Michelle comenzó a delinear el contraste más agudo entre la visión de futuro que representa Harris y el legado que Trump ha intentado imponer en el país. Aunque mencionó al expresidente solo una vez por su nombre, cada palabra estaba claramente dirigida a él y su legado. Criticó la “acción afirmativa de la riqueza generacional”, una referencia sutil pero potente a la vida de privilegio de Trump, que contrastó con las experiencias más humildes y trabajadoras de personas como Harris, su esposo y ella misma.
La empatía de Michelle Obama brilló cuando habló de cómo ella y su familia han sido atacadas personalmente por Trump. Recordó los insultos y calumnias que él lanzó contra su esposo y ella misma, no por sus políticas, sino porque, en sus palabras, “él no podía tolerar ver su éxito”. No solo desnudó la mezquindad de Trump, sino que expuso su incapacidad para lidiar con las diferencias de manera constructiva.
El golpe más devastador que lanzó Michelle Obama no fue su crítica directa, sino su sutil desmantelamiento de la imagen que Trump ha tratado de proyectar. Al mencionar cómo la mayoría de los estadounidenses no tienen “una escalera mecánica esperando para llevarlos a la cima”, en referencia a la famosa escena de Trump descendiendo en una escalera dorada en la Torre Trump.
El discurso de Obama culminó en una nota de esperanza, pero con una advertencia clara: la esperanza solo se concretará si todos hacen su parte. Al elogiar a Kamala Harris, sugirió que su candidatura es un signo de que “la esperanza está regresando”. Sin embargo, fue enfática al recordar a su audiencia que no deben permitir que su rival gane, recordándoles los ataques que Trump ha lanzado contra individuos y comunidades enteras, incluidos los suyos.
Michelle Obama no solo pronunció un discurso, ofreció una lección magistral en empatía política, al tiempo que desmantelaba, pieza por pieza, la figura de Donald Trump. Su mensaje fue claro: el futuro de Estados Unidos depende de que todos actúen, y la historia aún está por escribirse.
POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU
PAL