LA NUEVA ANORMALIDAD

Días de pan y rosas

La exposición Bread and Roses nos recuerda que lo femenino va más allá del género y que el feminismo reivindica el derecho a vivir, y no sólo a sobrevivir

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

“Lo que quiere la mujer que labora es el derecho a vivir, no sólo a existir: un derecho a vivir como el de la mujer rica que tiene derecho a la vida y al sol y a la música y al arte… La trabajadora tiene derecho al pan pero también a las rosas”: lo dijo Rose Schneiderman, sindicalista estadounidense de principios del siglo XX que, a la postre –y en razón de su lucha por los derechos de las trabajadoras–, devino también sufragista.

La cita, que se sostendría con idéntica solvencia de cambiar la palabra “mujer” por “persona”, devino piedra angular del feminismo no por insistir en el género anatómico sino por reivindicar la centralidad de valores allende el poder político o económico: las “rosas” –lo que no genera poder ni plusvalía, lo que identificamos lo femenino en términos culturales– sería, postula Schneiderman, tan importante y tan objeto de derechos como la producción y sus medios.

Más de cien años después, y en un contexto en que el discurso sobre las identidades –incluida la de género– parece concentrado en la instrumentalización política y los emblemas masculinos del poder, dos hombres jóvenes –Ricardo Diaque y Javier Amescua, ambos menores de 30 años– han curado para los 15 años de la galería Labor –fundada y encabezada por una mujer, Pamela Echeverría– una exposición de artistas en su mayoría hombres que, justo bajo el título de Bread and Roses, reivindica valores femeninos que nada tienen que ver con la genética.

Lo femenino es transgresor: capaz de crear y de destruir, de subvertir el orden, de imaginar. No sorprenderá entonces que la exposición comience por una pieza –“Nothing but the truth” de Erick Beltrán– que plasma en el muro una sucesión de aseveraciones falsas –mentiras tan conspicuas como el arte, ese constructo que oscila siempre entre afirmar una verdad y sospechar de todas– y termine por otra –“Dada con Mama” de Raphael Montañez Ortiz– que es creación resultante de la destrucción de un piano: el instrumento no sirve ya para hacer arte; ahora su función es ser arte.

Dos esculturas de Pedro Reyes intervienen carcazas de cajas registradoras –pan– con embocaduras de rifles –¡pam!– para transformarlas en cajas de música –rosas. Un móvil de Terence Gower hace honor a su título “Libre asociación” al componerse de partes reconfigurables al infinito que penden del techo; que cuelguen sobre dos sillas colocadas frente a frente –dispuestas para una sesión psicoterapéutica– no hace sino postularlas formaciones del inconsciente.

Exhibida hasta el próximo sábado en la sede de Labor –Francisco Ramírez 5, frente a la Casa Luis Barragán–, Bread and Roses cambia la agenda de las guerras culturales de nuestro tiempo, pone el acento en lo que de verdad importa. Si acaso comete un pecado es el de infundir esperanza en la mirada de una nueva generación.

POR NICOLÁS ALVARADO 

COLABORADOR 

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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