COLUMNA INVITADA

Sin tregua Claudia contra la corrupción

La corrupción sigue siendo un problema en América Latina ya que es difícil de medir, pero diversos indicadores de percepción de corrupción muestran una fuerte correlación entre sí

OPINIÓN

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Luis David Fernández Araya / Colaborador / Opinión El Heraldo de México
Luis David Fernández Araya / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

La corrupción continúa acaparando los titulares en América Latina. Los casos van desde los esquemas para ocultar activos que fueron revelados en los Panama Papers hasta los escándalos de Petrobras y Odebrecht entre otros que han trascendido las fronteras de Brasil, pasando por los ocho ex gobernadores de estados mexicanos que están enfrentando cargos o condenas.

Las consecuencias económicas y políticas de la corrupción han pasado factura a la región, y los ciudadanos de América Latina están mostrando un creciente descontento y exigiendo que los gobiernos tomen medidas más enérgicas contra la corrupción.

En esta primera entrega de dos blogs comparamos la corrupción en América Latina con el fenómeno en otras regiones y explicamos por qué resulta tan difícil combatirla. Parte de la respuesta está en el hecho de que la corrupción sistémica es tan endémica en la sociedad que para lograr modificar los comportamientos es necesario un gran cambio en las expectativas.

Dado que la corrupción consume recursos públicos y reduce, a través de diferentes canales, el crecimiento económico, el FMI se ha comprometido a trabajar con los países miembros para hacer frente al problema. 

La corrupción tiene muchas caras

La corrupción —el abuso de un cargo público para beneficio privado— implica pagos ilícitos o favores y la forma en que estos se distribuyen. Pero la corrupción puede ocurrir de diferentes formas. Puede darse en un nivel “elevado” o político, y puede darse también a un “insignificante” nivel burocrático. Cuando está tan generalizada y arraigada, la conducta corrupta puede convertirse en la norma. En estos casos sistémicos, la corrupción incluso puede incidir en la formulación e implementación de políticas y puede distorsionar decisiones regulatorias o de Estado.

 La corrupción también puede involucrar proyectos individuales y la manera en que son adjudicados o renegociados. Recientemente, un sonado ejemplo es el de la empresa constructora Odebrecht entre otros, que destinó considerables recursos a comprar el apoyo de funcionarios públicos clave para conseguir la adjudicación de contratos en varias economías de América Latina.

Existen otras formas de corrupción en niveles más bajos, como la asignación de licencias y derechos de zonificación. La corrupción puede ser iniciada por el lado de la oferta (insinuar un soborno) o de la demanda (pedir un soborno), pero en la práctica suele ser difícil separar las dos partes.

La trampa de la corrupción

Si los costos sociales de la corrupción son tan altos, ¿por qué resulta tan difícil combatirla y derrotarla? En todo tipo de interacción social, las perspectivas y expectativas individuales son fundamentales, ya que cuando la corrupción sistémica es la norma, la gente cree que las otras personas están aceptando u ofreciendo sobornos.

Ante esto, alejarse de lo ilícito es costoso desde el punto de vista del individuo. Como lo demuestra el caso de Odebrecht entre otros, las empresas constructoras que ofrecen sobornos tienen más posibilidades de conseguir proyectos que las que no lo hacen, incluso si estas últimas son más eficientes.

Además, ese equilibrio nocivo se autoperpetúa porque las empresas y los políticos pueden coludirse y usar el producto de anteriores actos de corrupción para conseguir otros beneficios en el futuro a expensas de los intereses de la sociedad.

Los países necesitan políticas enérgicas que cambien las percepciones de la sociedad, de tal manera que la corrupción se convierta en la excepción y no la regla. Y al disminuir la corrupción, los gobiernos podrán detectar más fácilmente a los que sigan siendo corruptos, ya que se destacarán.

Pero lograr esta realineación de incentivos y comportamientos no es fácil. La lucha contra la corrupción es un problema de acción colectiva que tiene dimensiones políticas. Los esfuerzos aislados probablemente no surtirán efecto, y lo que se necesita es un impulso decisivo y en varios frentes, para poner en marcha una dinámica positiva que permita romper el equilibrio pernicioso. Las claves para lograr esto son un liderazgo firme y el apoyo de la sociedad.

La corrupción sigue siendo un problema en América Latina ya que es difícil de medir, pero diversos indicadores de percepción de corrupción muestran una fuerte correlación entre sí, ya que todos indican que la situación en América Latina es más o menos similar a la de otras economías de mercados emergentes, pero mucho peor que la de las economías avanzadas.

POR LUIS DAVID FERNÁNDEZ ARAYA  

ECONOMISTA  

@DRLUISDAVIDFER

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