LA NUEVA ANORMALIDAD

Biden como metáfora

Si en el diccionario hubiera espacio para las fotografías, el retrato de Joe Biden estaría en la definición de democracia

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El primer debate presidencial de este año en Estados Unidos ha sido el programa televisivo más sintonizado en aquel país en lo que va de 2024 pero también uno que acusa una reducción del interés ciudadano por la política electoral. Nielsen estima que tuvo una audiencia de 51 millones de estadounidenses. Muy buenos, sí, pero muchos menos que los 73 que vieron el primero entre Donald Trump y Joe Biden hace cuatro años, no digamos que los históricos 84 que atestiguaron el primero entre Trump y Hillary Clinton hace ocho.

Acaso parte de la explicación resida en lo poco atractivo del cartel. En el momento histórico de menor popularidad de los hombres blancos heterosexuales, los partidos estadounidenses se aprestan a postular (otra vez) a la Presidencia a dos que son eso pero, además, viejísimos, al menos para políticos. A sus 78, Trump entra al escenario con su habitual apariencia repulsiva –una suerte de ropero en un traje mal cortado, con una corbata chillona y una maraña de pelusa en la cabeza– pero siquiera con el aplomo y la energía que derivan del ostensible mal humor. Biden, a despecho, es a sus 82 un hombre elegante: esbelto, con un traje impecable y una hermosa corbata azul acero con un nudo de ejecución magistral; lástima que su andar sea cansino –véase espástico–, que pese a la ostensible cortnilla musical que acompaña su ingreso al escenario vaya musitando saludos sin percatarse de su micrófono abierto, que su mirada acuse ese extravío que bien conozco por haberlo detectado ya en otros –mi abuela, mi padre, mi suegra– cuyo final se acercaba. Elegantísimo y entrañable pero un anciano.

Verbigracia: le cuesta distinguir entre thousands, millions, billions y trillions, entre décadas y siglos, entre los médicos y el Estado, entre los políticos contemporáneos y los Padres Fundadores de su patria. Pierde el hilo de su discurso. Ni de lejos en cada intervención pero sí en más de una y, de manera crucial, en la última: su mensaje de cierre es el de un hombre que no está en la plenitud de sus facultades, que no sólo no emociona sino que no conecta. Lo más grave es lo menos notorio: la corbata que va enchuécandose, el suspiro antes de cada intervención, las tosecitas, la carraspera, la ronquera, los titubeos, el hilito de voz. Y esa mirada apenas extraviada, no del todo segura de ver lo que ve, de estar donde está.

Es desde luego lo que se conoce en yidish como un mensch, un tipo moral y honorable, con los valores correctos: uno que cree en el Estado de bienestar y en una política fiscal progresiva, en las libertades individuales y en los derechos humanos, en la multilateralidad y en el disenso. Sólo que le falta lustre. Sólo que suena débil, que parece frágil, que huele a rancio.

Joe Biden es un demócrata. Comparte los problemas que vive hoy la democracia.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

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