RADAR DE LIBROS

Cuchillo

Rushdie evoca el atentado y sus secuelas desde una intimidad adolorida pero nunca lastimosa

OPINIÓN

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Carlos Bravo Regidor / Radar de Libros / Opinión El Heraldo de México
Carlos Bravo Regidor / Radar de Libros / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El 12 de agosto de 2022 Salman Rushdie (Bombay, 1947) no pudo dar una charla en el Instituto Chautauqua, ubicado en la punta suroeste del estado de Nueva York, sobre “la importancia de mantener a los escritores a salvo”. Cuando estaba a punto de comenzar, un joven saltó al escenario y le propinó catorce puñaladas. Fue tan absurdo, tan incomprensible que “algunos de los presentes pensaron que todo aquello era una especie de performance concebida para enfatizar los problemas a que se exponían los escritores y que luego pasaríamos a debatir”. Su más reciente libro Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato (Random House, 2024), relata cómo vivió para contarlo.

Rushdie evoca el atentado y sus secuelas desde una intimidad adolorida pero nunca lastimosa. La suya es una voz firme, directa, por momentos hasta beligerante, pero también ligera, burlona, incluso dulce. En un párrafo, por ejemplo, detalla la gravedad de sus heridas; en el otro, describe los traviesos apodos que le pone a cada uno de sus doctores. En una página explica las dificultades prácticas, el fastidio cotidiano, de perder un ojo; en otra, se compara con la célebre imagen del alunizaje en la película de Georges Meliés, Le voyage dans la Lune (1902), que muestra a una luna tuerta, con un cohete enterrado en el ojo derecho. En este capítulo deja un severo testimonio de cuánto detesta el fanatismo religioso; en aquel, habla primorosamente de cuánto adora a su mujer o disfruta estar con sus hijos. 

Más que la de una víctima, Cuchillo es la historia de un sobreviviente. Rushdie no responde a la violencia desde la moral del agravio sino con la dignidad de la literatura. Su “proyecto de asesino” (así se refiere a él) estuvo a punto de quitarle la vida, pero no por eso la alegría de vivir.

En Cuchillo se nota la mano de un experimentado y elegante novelista que sabe estructurar una trama, construir personajes creíbles, en fin, escoger y desplegar la riqueza de diversos recursos narrativos. Pero también se ve la marca de un autor que sabe ensayar; es decir, como escribió Phillip Lopate, “intentar, probar, arriesgarse sin saber si va a lograrlo”. 

Rushdie lo logra trenzando dos cuerdas personales. La primera cuerda es la valentía de encarar la experiencia traumática, de proponerse exorcizarla escribiendo al respecto. La segunda cuerda es la vulnerabilidad que muestra al hacerlo, el acto de sincerarse sobre la “derrota” y las “humillaciones” (así las llama él) que dicha experiencia traumática le infligió. El resultado es un argumento paradójico pero poderosísimo, una lección de vida donde aprenden a darse la mano el coraje y la ternura.

El golpe le abolla la existencia, por decirlo de alguna manera; sin embargo, no lo arruina. La suya, lo dice al final, es a partir de entonces una felicidad “herida pero consistente”. 

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

MAAZ