COLUMNA INVITADA

Banalizar la violencia genera violencia

La violencia es transversal y palpita como riesgo constante en nuestras sociedades

OPINIÓN

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Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de México
Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Desde la antigüedad, los poderes fácticos descubrieron el atractivo de hacer de la violencia un espectáculo. Ya sea con gladiadores, con jugadores de pelota prehispánicos o con series de televisión en Netflix, la violencia se incorpora como un recurso para el entretenimiento, para la catarsis o para la manipulación.

Más aún, los relatos de ficción suelen introducir violencia como recurso para sorprender al amable lector: resulta atractivo “descubrir” que la condición humana puede ser terrible sin previo aviso. Sin embargo, la realidad, más allá de las ficciones, siempre nos depara sorpresas mayores.

Violentar al otro significa no sólo juguetear con el poder e imponerlo (“te aplasté, te humillé”). La violencia brota luego de la neutralización del otro como sujeto digno, es decir, después de haber habituado a la consciencia y al corazón a “descartar” a los seres humanos como humanos (“tú no tienes rostro, tú no eres como yo”).

El otro deviene objeto, mercancía, instrumento, cuando mi inteligencia ya no logra encontrar criterios de relevancia que permitan la distinción entre “ser-cosa” y “ser-persona”. El aplanamiento de la realidad, su simplificación a exterioridad pura, facilita que el poder avasalle y destruya.

En los últimos días las noticias fluyen a gran velocidad con hechos violentos por doquier: más muertes de inocentes en los grandes escenarios de guerra – Palestina y Ucrania, por ejemplo –; feminicidios incontables causados en buena medida por enfermas modalidades de afirmación despótica masculina; despenalización del aborto en Puebla; asesinatos realizados por el crimen organizado en diversas partes del país; atentado contra el candidato Donald Trump; migrantes vejados en diversas partes del continente americano, y un largo etcétera. 

Esta heterogénea e incompleta lista, conforme se coloca sobre la mesa y se amplía, permite observar una escalofriante verdad: la violencia nos es transversal.

No son “ellos”, somos “nosotros” los que cedemos a la violencia bajo los más inexcusables pretextos y cayendo en las más flagrantes contradicciones. Recuerdo dos conversaciones de hace algunos años: un miembro de un grupo subversivo, lleno de dolor por la pobreza y la exclusión de muchos de sus hermanos indígenas, en un cierto momento alcanza su clímax argumentativo cuando declara: “tenemos que exterminar a los que nos oprimen”.

El segundo caso es también elocuente: un líder “pro-vida”, siempre indignado por ver tantos niños no-nacidos que son sacrificados antes de nacer, defiende ardorosamente la “pena de muerte” y el derecho a la portación libre de armas de fuego. En estos casos, los argumentos racionales, políticos o teológicos a favor del derecho a la vida de “todos, todos, todos”, sirven de muy poco.

La “voluntad de no saber” se impone.

La lógica de la violencia que atraviesa la cultura contemporánea, y que penetra en la psicología del vecino, del colaborador en el trabajo, e incluso de las propias familias, nace de una perversión de la razón y del corazón.

Uno de los muy escasos líderes mundiales, - tal vez el único -, que se atreve a desafiar esta mentalidad suicida es el Papa Francisco: la violencia nunca es camino. Normalizar, banalizar, “espectacularizar” la violencia genera violencia. Y lo que hoy necesitamos, tanto en México como en el mundo, es paz. Tranquilidad en el orden, sin violencias tácitas o explícitas.

POR RODRIGO GUERRA LÓPEZ
SECRETARIO DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
E-MAIL: RODRIGOGUERRA@MAC.COM 

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