ECOS DE LA CIUDAD

Odio la resiliencia

El buen uso, radica en el ámbito de la psicología, se trata de una respuesta ante eventos traumáticos de carácter irreversibles y debe distinguirse del uso ideológico que prevalece hoy

OPINIÓN

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Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de México
Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Heraldo de México

El filósofo italiano Diego Fusaro, publicó en su idioma original en 2022, el libro Odio la Resiliencia, con el subtítulo Contra la Mística del Aguante. En el texto, disecciona el concepto de Resiliencia desde el ámbito psicológico y de lo que denomina el neolenguaje del poder neoliberal.

Fusaro dice que existe un uso bueno y uno malo de la palabra resiliencia. El buen uso, radica en el ámbito de la psicología, se trata de una respuesta ante eventos traumáticos de carácter irreversibles y debe distinguirse del uso ideológico que prevalece hoy.

El concepto de resiliencia como es utilizado por la psicología apunta con excelentes resultados a trabajar ante el duelo, los desastres naturales, las enfermedades incurables y otros eventos traumáticos siempre de la esfera de lo irreversible y esto no tiene nada de ideológico. La psicología impulsa al sujeto a trabajar sobre sí, para aceptar el objeto del trauma modificándose a sí mismo.

Pero existe un mal uso del concepto de resiliencia y está en su aplicación como categoría de análisis de lo social, lo político y lo económico, ya que se utiliza sobre lo que puede ser tremendo pero no irremediable.

El problema es cuando la palabra resiliencia se transforma en una palabra del poder que nos pide una actitud resiliente para que aguantemos estoicamente y suframos en silencio frente a circunstancias no irreversibles, circunstancias que se pueden transformar, como son las estructuras sociales, económicas o políticas.

En este traslado de raíz ideológica, la resiliencia se constituye en una función adaptativa y antirrevolucionaria, ya que transmuta lo tremendo por lo irremediable, transformando las injusticias y asimetrías sociales como la miseria y la explotación, en desastres análogos al duelo y a las enfermedades incurables, propiciando que la aceptación sea la única solución posible.

Desde esta perspectiva ideológica, la resiliencia puede entenderse como una subespecie de la indiferencia. La indiferencia de quien renuncia a tomar partido y que como resultado termina aceptando el mundo tal como es. El indiferente como el resiliente al no elegir, elige lo que hay. Así funciona la resiliencia que expresa de forma indirecta la aceptación de lo existente que no se asume necesariamente como bueno sino como inmutable.

El resiliente parte de la idea de que las asimetrías sociales y el orden de las cosas no se pueden cambiar por lo cual opta por adaptarse y en lugar de cambiar al mundo se cambia a sí mismo, se trata de la adaptación del sujeto al objeto.

El resiliente busca en la esfera privada de su yo individual, la clave para resolver los conflictos del orden social, económico y político. Así, el problema con el orden existente es un problema personal. Esta postura, refleja lo que el filósofo alemán Ulrich Beck afirmó con claridad: se contempla una solución biográfica para las contradicciones sistémicas, tanto indiferencia como resiliencia operan sobre la historia, aunque de manera pasiva, ya que contribuyen a reforzar una imagen del mundo centrada en la fatalidad del destino. Lo que existe es lo único que hay, como si lo que sucede en el orden social, se tratara de un fenómeno natural, como una inundación o un terremoto.

El filósofo nacido en Turín afirma que el homo-resilience es como un último hombre que no tiene nada por lo que luchar y creer, es el hijo del desencanto posmoderno y del fin de los grandes relatos de la modernidad, como ya lo había descrito Gianni Vattimo, dejando de lado la posibilidad de futuro por la eterna repetición del presente, el aquí y ahora del enfoque occidental del consumismo.

La resiliencia forma parte de las nuevas constelaciones de virtudes que componen la cultura gerencial de los negocios, como el empoderamiento, las prácticas motivacionales y el mindfulness. Predica la adaptación desencantada a lo existente como única posibilidad. El resiliente podría considerarse un optimista, ya que tiende a leer los eventos negativos como una oportunidad de mejora, adaptándose camaleónico a los contextos más diversos y a las situaciones más adversas.

El famoso aforismo de Nietzsche, lo que no me mata me hace más fuerte, no es como suele suponerse un ejemplo del comportamiento resiliente, porque el sujeto resiliente es intrínsecamente débil ya que acepta la fuerza superior del objeto que tiene adelante. Tomando la idea hegeliana es más un esclavo, que un amo, prefiere doblarse a romperse. Este perfil líquido posmoderno del homo-resilience se inserta en el campo político con lo neoliberal, ajustándose al imperativo de no hay alternativa.

En lo político, las masas son capaces de absorber sin pestañar a la violencia cotidiana sobre la que se basa la estructura del sistema que se sustenta en la premisa básica de la explotación de la mayoría, en beneficio de unos pocos.

El homo-resilience se agacha y se levanta una y otra vez, pero sin cuestionar nunca el mundo objetivo que le hace caer una y otra vez, ni siquiera es capaz de condenarlo con la crítica, ni someterlo a una acusación mordaz. El resiliente ha aceptado la sumisión en lugar de la Revolución, es adaptativo en lugar de contestatario, opta por modificarse a sí mismo para ajustarse al estatus quo, de cuya inmutabilidad está convencido.

En este camino, la resiliencia celebrada por los grupos dominantes como virtud universal, debe ser llamada por lo que es, resignación y desencanto o como resistencia apática de un mundo que pide ser transformado.

La palabra resiliencia no es neutra, tiene una característica inequívocamente ideológica y está claramente incrustada en la neolengua actual, que intenta convencer de la necesidad de soportar el esquema de relaciones de fuerza del mundo al punto de que la persona resiliente no solo se somete a aceptar las injusticias sino que está convencida de que aportan para su desarrollo personal.

Fusaro argumenta que nuestra forma de llamar a las cosas, las determinan las palabras, ellas crean la realidad, que siempre es accesible para nosotros mediante el lenguaje, para luego pasar al pensamiento, es decir, ideas y palabras no reflejan al ser, lo determinan.

Por eso, los grupos dominantes no solo tienen el monopolio de los medios de producción, sino también el de los medios de comunicación y a su dominio material debe sumarse el dominio simbólico y cultural, a través de ese camino se orientan los mapas conceptuales de los sometidos.

La lucha de clases contra el señor global es actualmente y ante todo, una lucha cultural y lingüística. Una lucha dirigida a pensar y hablar de manera diferente y mapear de manera alternativa, para dejar de hablar el lenguaje de los que mandan, para producir uno nuevo desde abajo y para abajo y para ello, es necesario aprender el difícil arte de hablar de otra manera.

POR HUMBERTO MORGAN COLÓN

COLABORADOR

@HUMBERTO_MORGAN

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