El 2023 y, particularmente, el 2024, han sido dos años complicados para la producción de obras artísticas, en todas las disciplinas, aunque de manera muy notable en las artes colectivas, como el teatro y la danza. Por eso, resulta una hazaña la incansable actividad de Barro Rojo Arte Escénico, compañía de danza contemporánea, con casi medio siglo de existencia, dirigida por Laura Rocha.
Difícil la coyuntura histórica, pero no imposible para la creación. Quizá es por eso por lo que la compañía fundada en 1982 haya decidido seguir con su tradición, fincada en el permanente acompañamiento de los procesos sociales, políticos y culturales, con una propuesta artística que se arraiga en una estética que evoluciona, pero no se aparta de la vida en comunidad y de la cultura popular.
En foros, teatros y otros espacios alternativos, se han presentado las obras de repertorio y algún estreno de Barro Rojo Arte Escénico. En reciente visita al foro alternativo El Camino -nombrado así en homenaje a una de las obras emblemáticas de la agrupación-, en el Centro de Artes y Oficios “Tiempo Nuevo”, en la Alcaldía de Tlalpan, presenciamos dos obras de la compañía: “No me voy solo vuelo… (a Sabín)”, de Laura Rocha y Francisco Illescas, y “Del ocaso al silencio”, de Miguel Gamero; proyecto realizado gracias al Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales.
La experiencia de la danza se vive, en este espacio, con mucha fuerza: Los bailarines están cercanos al público. Estirar una mano serviría para tocar los cuerpos en movimiento. El ojo observa el detalle, así como la potencia expresiva pero también orgánica de los intérpretes, quienes han sido formados para hablar con esa poética inasible y, al mismo tiempo trascendente, de la danza.
La obra de Miguel Gamero, interpretada por Paulina Juárez, Luisa Ocampo, Teseida Pimentel, Julio Hernández, Roberto Solís, César Zarco y Levi Yáñez, es una pieza que abreva fundamentalmente de las danzas mágico-religiosas del México profundo, y de ellas toma elementos tanto cosmogónicos como estéticos para llevarlos a escena y construir una pieza de una enorme belleza visual, que religa a nuestra tradición originaria con la occidental, ambas partes indisolubles de la identidad mexicana.
En este caso la interpretación no solo es de una gran fortaleza espiritual, también corporal: El control de los cuerpos en el espacio, la consciencia de la densidad invisible, del tiempo cósmico y de los reflejos inconscientes, se hacen presentes en la ritualidad de la puesta en escena, en una tarde-noche en la cima de una zona montañosa y volcánica (Cumbres del Ajusco y el Bosque de Tlalpan), a la que asisten lugareños y otros cómplices, amantes de la danza, que viven la experiencia con intimidad profunda, que les compromete y les transforma.
Por otro lado, la reposición de “No me voy solo vuelo… (a Sabín)”, parece nacer de una foto antigua de familia, de tonalidad sepia, de la que salen personajes cuya vida es la rememoración de muchas otras vidas, de las que heredamos el drama de la ausencia del padre.
Los creadores, sin embargo, no olvidan la intensidad lúdica para expresar el drama; de tal manera que los bailarines Paulina Juárez, Luisa Ocampo, Teseida Pimentel, Julio Hernández, Roberto Solís, César Zarco y Levi Yáñez, del elenco base, y los invitados Claudia Balán y Daniela Cabrera, tienen el reto enorme de ir de una sensación de profundo resentimiento a la reconciliación en esa relación, entre hijos y padres, que marca la vida de los seres humanos de hoy y de antes. Conmovedora obra coreográfica, reflejo de la madurez de Laura Rocha y Francisco Illescas, quienes se han convertido en referentes de la formación de bailarines, así como potentes creadores y facilitadores de la experiencia profesional, abierta a las nuevas generaciones de bailarines y coreógrafos, en México.
FOTOS: CORTESÍA EMILIO SABÍN
POR JUAN HERNÁNDEZ
COLABORADOR
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