La reciente victoria de Agrupación Nacional –el partido de extrema derecha encabezado por Marine Le Pen– en las elecciones europeas sacudió el escenario político en Francia. El presidente Emmanuel Macron disolvió la Asamblea Nacional y convocó a elecciones anticipadas. Es la primera vez que sucede desde 1997, cuando Jacques Chirac adelantó los comicios con resultados desastrosos para su propio partido.
Si bien el triunfo de la extrema derecha el 9 de junio fue inesperado, hay un riesgo objetivo de que las elecciones legislativas empoderen aún más al partido de LePen, de cara a los comicios presidenciales de 2027. Pero la crisis política francesa tiene raíces mucho más profundas que los resultados en la renovación del Parlamento Europeo. Es la misma que enfrentan el liberalismo y los partidos históricos en todo el mundo.
Macron es un liberal, defensor de las instituciones democráticas y de la economía global; así como un enemigo declarado del populismo antiliberal. Paradójicamente, en su ascenso al poder se valió de tácticas populistas para presentarse como un outsider alejado de las élites de los partidos tradicionales.
Su liderazgo está fundado en el carisma personal, con un discurso que divide a la sociedad entre progresistas y conservadores. Esa forma de hacer política se refleja, por ejemplo, en las iniciales compartidas con el movimiento que lo respaldó electoralmente (En marcha!).
Sin embargo, como suele suceder con el populismo táctico, una estrategia exitosa para ganar elecciones ha resultado problemática para tomar decisiones. Cuando el líder pierde popularidad, no tiene una estructura institucional que le brinde solidez, viabilidad y continuidad a su proyecto político.
Hasta ahora, Macron ha sido exitoso para contener el ascenso de los extremos políticos, pero su liderazgo centrista y su capacidad para construir acuerdos políticos carecen de una estructura partidista, una mayoría parlamentaria o una amplia legitimidad social que lo respalden. Esa debilidad estructural ha creado un ambiente en el que han prosperado figuras como Marine Le Pen.
El año pasado, Macron impulsó una reforma al sistema de pensiones –técnicamente necesaria pero políticamente impopular– que en principio fue rechazada por el Parlamento y por una mayoría ciudadana. Logró avanzar gracias a una disposición constitucional que permite aprobar una propuesta sin el voto de la Asamblea, con la condición de que el gobierno se someta a una moción de censura. La reforma entró en vigor y el gobierno sobrevivió, pero Macron se debilitó aún más.
Con esos antecedentes, la actual crisis política francesa no es del todo sorprendente. Más bien es un recordatorio: no basta con ganar una elección defendiendo principios liberales, ni asumirlos en el ejercicio del gobierno. Si queremos que el consenso liberal sea sólido y de largo aliento, que tenga legitimidad y arraigo social, es necesario reconstruirlo en todos los espacios: en las leyes e instituciones, en los partidos políticos y sus agendas; pero, sobre todo, entre la ciudadanía.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
SENADORA DE LA REPÚBLICA
@RUIZMASSIEU
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