Personalmente, encontré el discurso de Claudia Sheinbaum cauteloso, prudente y reconciliador. Se mostró preocupada por los mercados internacionales, el tipo de cambio, la bolsa de valores y la relación con Estados Unidos. Fue un discurso sereno, de alguien que reconoce su amplio triunfo, pero también comprende la magnitud de la responsabilidad que conlleva. Sin embargo, los hechos, más que las palabras, dictarán el rumbo de los acontecimientos.
Como era de esperarse, López Obrador está convencido que el pueblo votó por él el 2 de junio, y no por Claudia Sheinbaum, y ha iniciado lo que podría convertirse en una constante durante la próxima administración. Cada vez que la presidente Sheinbaum intente moderar la política, López Obrador saldrá de La Chingada, su rancho, a expresar sus opiniones. Quizás debería recordar las palabras que dirigió él mismo a Fox en 2006: cuando le dijo "ya cállate chachalaca", y repetirlas, pero esta vez mirándose en el espejo.
El presidente y la próxima mandataria, Claudia Sheinbaum, ya han tenido sus primeras discrepancias respecto al llamado Plan "C", que busca reformar la Suprema Corte de Justicia y afectar a los órganos autónomos constitucionales. Esta divergencia, recién expuesta, revela diferencias sobre los plazos y los métodos para abordar estas reformas.
Mientras Sheinbaum aboga por un proceso de "parlamento abierto" para discutir las reformas y tranquilizar a los mercados financieros, López Obrador insiste en su aprobación inmediata en septiembre, subrayando que "la justicia está por encima de los mercados". Esta discrepancia ha intensificado la volatilidad en los mercados financieros, especialmente después de las provocativas declaraciones del diputado morenista Ignacio Mier, quien amenazó con aprobar las reformas mediante las mayorías de Morena.
La postura inflexible del presidente respecto a su controvertida reforma judicial, que busca renovar la Corte mediante el voto ciudadano entre otras, ha generado incertidumbre en los mercados financieros y ha desestabilizado la moneda nacional. A pesar de los esfuerzos de Sheinbaum por calmar a los inversionistas, las acciones de López Obrador han tenido un impacto negativo en la economía del país.
Además, el presidente ha dirigido advertencias a las clases medias y a aquellos a quienes considera "promotores del nerviosismo", insinuando consecuencias legales para quienes especulen en el mercado de divisas. Estas tácticas intimidatorias no solo contradicen públicamente a su sucesora, sino que también plantean desafíos adicionales para la estabilidad económica y política del país durante la transición de poder.
Cuando el próximo primero de octubre tome posesión la presidente, se enfrentará a los verdaderos problemas del país que 36 millones de votos no solucionan.
La próxima presidente heredará un país con 188,522 homicidios dolosos; 800,000 personas fallecidas durante la pandemia; 47 millones de mexicanos en situación de pobreza; 51 millones sin acceso a servicios de salud; 25 millones con carencias educativas; y regiones y ciudades donde el Estado ha dejado de tener presencia. Además, enfrentará un crecimiento económico promedio anual de apenas 0.8%, finanzas públicas en emergencia, y programas sociales insostenibles, destacando el costo de las pensiones para personas mayores de 65 años, que este año asciende a 454,000 millones de pesos. También tendrá que lidiar con un déficit fiscal del 5.9%, proyectos faraónicos fallidos que aún requieren pagos, y un país rezagado en índices internacionales de corrupción, estado de derecho y crimen organizado. PEMEX, la petrolera estatal, se encuentra en quiebra con una deuda de 107,500 millones de dólares.
Ya ni hablar del cambio climático y cómo abordará ese tema, la falta de agua y la falta de energía y la tan esperada transición energética suspendida por López Obrador. Así mismo la incertidumbre de quién será el presidente de Estados Unidos el año entrante y cómo relacionarse con él, sobre todo si es Donald Trump; la conocida volatilidad de los mercados financieros y de los inversionistas actuales y potenciales; una burocracia deshecha, y la militarización del país.
López Obrador como la mayoría de las personas que tienen poder por un tiempo, siempre se repiten y se suben a un tabique por grande que sea, y se vuelven locos, se nubla su juicio, por eso vemos a Gobernadores salientes corriendo a buscar un lugar en el Senado.
Finalmente, hay algo en lo que por mero pragmatismo debiera entenderse que es la urgente necesidad de proveer cierta dosis de concordia y serenidad en la vida pública, de reducir los peligrosos niveles actuales de encono y de cimentar mínimos comunes entre los distintos actores y sectores sobre las cuestiones cruciales para el país, sin embargo la dificultad del presidente a ceder el control hasta el último día de su mandato va a potencializar las tensiones entre él y Sheinbaum, y le meterá su dosis de polarización al proceso mismo de la transición. Es evidente que la lealtad no garantiza la armonía, y las diferencias ideológicas y sobre lo que es importante para el país para cada uno generará conflicto.
Debe ser muy difícil para López Obrador aceptar que otra gobernará y tomará sus propias decisiones, ya que piensa que el Estado es él, le costará mucho reconocer que ya es parte del pasado. Su falsa humildad queda en evidencia en su actitud hacia las ideas y posturas de quien será su sucesora. Si la continúa desautorizando, él mismo abrirá un camino hacia una ruptura que, históricamente en el presidencialismo mexicano, ha sido la regla, inclusive necesaria para consolidar una nueva presidencia.
El presidente simplemente no ha entendido que ya pasó a la historia. Por más controvertida que haya sido su gestión, México lo ha dejado atrás. Es hora de que prepare sus maletas y permita que su sucesora tome el timón. Es fundamental que deje de ser una sombra en la gestión de quien será la responsable del país.
POR JOSÉ LAFONTAINE HAMUI
ABOGADO
@JOSE_LAFONTAINE
PAL