COLUMNA INVITADA

El autócrata

Esta figura es un líder que logra cooptar el respaldo de las mayorías que prefieren soportar la fetidez y el cobijo de un déspota a seguir bajo el yugo de una insaciable aristocracia que, históricamente, ha carecido de compromiso social

OPINIÓN

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Germán Guillén López / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México
Germán Guillén López / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El autócrata, esa figura seductora, atrayente y peligrosa, dispuesta a cautivar a las masas con su relativa “elocuencia” y “carisma personal”. O, en palabras más simples: diestro manipulador que tiene la potente habilidad de susurrar en el corazón de la gente, con falaces promesas de mejoras al país y a su “pueblo honorable” como si fueran mercancías a precio de remate en una venta de liquidación.

Esta figura es un líder que logra cooptar el respaldo de las mayorías que prefieren soportar la fetidez y el cobijo de un déspota a seguir bajo el yugo de una insaciable aristocracia que, históricamente, ha carecido de compromiso social. Estos individuos saben construir una narrativa dominante sobre un gran sector del inconsciente colectivo en la que poco importan la realidad, la justicia y la verdad.

Con sus “palabras mágicas”, esta especie de neocaudillo de tendencias autoritarias o populistas, con su persuasivo estilo de liderazgo, promete soluciones rápidas a problemas que nunca resuelve. Se deleita ofreciendo un futuro espléndido y soñado a sus seguidores, a sabiendas de que se trata de una ilusión fugaz.

En cierta medida, son hábiles expertos en tejer intrigas a través de la propaganda, envolviendo los hilos de la verdad en las capas de la mentira. Hay quien podría equipararlos con “magos” que gracias a sus trucos ilusionistas “transforman” la realidad donde ellos son “los protagonistas” y el resto de los mundanos “pueblo honorable”, “correligionarios” y “adversarios” son meros espectadores dentro de su farsa criminal. 

En su modus operandi, el autócrata emplea movimientos políticos a través de mecanismos organizacionales eficientemente aceitados que, con la cooperación de sus seguidores, diseñaron para mantenerse en el poder.

Entre estos dispositivos colectivos encontramos a partidos políticos, cúpulas militares, movimientos de base, toda una hueste de leales, obedientes, adoctrinados, sumisos, aduladores, voceros, propagandistas… dispuestos a seguir ciegamente las órdenes de su “líder supremo”.

Asimismo, destruyen cualquier vestigio institucional que favorezca a sus “adversarios”, represente algún tipo de contrapeso o que no contribuya a su concentración de poder. 

Son perseverantes, astutos, pacientes y oportunos para aprovechar la fragilidad institucional, la corrupción, la inestabilidad política, las crisis económicas, los contextos de pobreza y el resentimiento social por los abusos cometidos por élites que presidieron en el poder para alimentar el odio, la división y el inconformismo social a fin de conseguir el ambiente perfecto para que florezca su semilla preferida: el autoritarismo.

La ignorancia de grandes mayorías, la necesidad, la desigualdad social, los escenarios de violencia e inseguridad son, en muchos casos, el caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de estos déspotas. Además, en su psique, estos dirigentes lo tienen claro: ¿Legalidad? ¡Bah, qué frivolidad!

Ni la conciencia colectiva ni los avances sociales en derechos ni la innovación tecnológica del siglo XXI han logrado impedir el ascenso global de los populismos con sus imprescindibles autócratas, ya sean de “izquierda” o de “derecha”.

Sin embargo, aunque estos líderes siempre han tenido a sus seguidores devotos, también generan sólidas críticas, resistencia y oposición frontal de ciudadanos y colectivos que no les temen a sus poderosas armas: el poder, la venganza, la traición, la mentira, el linchamiento público, el miedo... Si bien estos individuos son capaces de encender el fuego de la esperanza al mismo tiempo que apagan la llama de la libertad nunca han podido escapar del escrutinio implacable de la historia.

POR GERMÁN GUILLÉN LÓPEZ

Expresidente del Capítulo Sonora de la BMA

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