Cada día China adquiere una mayor importancia económica para México. No me refiero solo al comercio bilateral, sino como un irritante en el contexto del T-MEC y la revisión del año 2026. La fecha parece lejana, pero no es así. Sobre todo porque hay hechos que pueden minar el proceso de revisión de ese acuerdo. De hecho, podemos observar algunos adelantos, como el caso de los recientes aranceles extraordinarios impuestos por México y Estados Unidos a algunos productos chinos que, según afirman, incumplen las reglas del comercio internacional y amenazan a sectores clave para las economías de Norteamérica.
Además, en la pasada declaración conjunta México, Estados Unidos y Canadá de la Cuarta Reunión de la Comisión de Libre Comercio del T-MEC, se avizora el posicionamiento que tendrán los tres países con respecto a China: “las ministras también acordaron ampliar conjuntamente su colaboración para examinar cuestiones relacionadas con políticas y prácticas de no mercado con otros países, las cuales menoscaban al T-MEC”.
Lo anterior, de alguna manera, condiciona a México y lo obliga a replantear su estrategia en cuestión de Inversión Extranjera Directa (IED) y política comercial con respecto a China. Si bien es cierto que el T-MEC es un instrumento de suma importancia comercial para el país, también nos ata a las disputas geopolíticas y geoeconómicas de los Estados Unidos. Dicha revisión obliga a México, en caso de seguir con la línea de cumplir a cabalidad con el T-MEC, a repensar la atracción de la inversión china y de las importaciones de bienes de capital, maquinaria y equipo proveniente de ese país, que de alguna forma ayudan a elevar la competitividad de la rama manufacturera de México. Quizá debamos hacer un ejercicio de minería de datos con respecto a China y Estados Unidos para diseñar una estrategia específica que evite un conflicto de intereses (comerciales) con nuestro mayor socio comercial, o bien aprovechar la revisión del T-MEC para eliminar el candado que nos impide tener una política comercial libre y soberana. Lo cierto es que en todo esto, tendrá que haber un mapa claro de en qué si podemos colaborar con el gigante asiático y en qué no. En caso de que el resultado de esto afecte a la mayoría de los intereses nacionales con respecto a ese país, tendríamos que comenzar a buscar cómo sustituir las importaciones chinas, que incluyen bienes de capital que apoyan al sector exportador manufacturero mexicano que concentra sus operaciones en Norteamérica.
Probablemente para algunos esto es muy temprano, pero nunca es tarde para adelantarse a un escenario adverso. La única certidumbre: gane quien gane las elecciones presidenciales en México y los Estados Unidos no podrá ignorar el factor China en el comercio e inversiones dentro del T-MEC. Todo parece indicar que el famoso nearshoring asiático, lejos de ser una bendición para la economía mexicana, se convertirá en un factor de riesgo y vulnerabilidad que no solo amenazará a nuestra política comercial, sino que tendrá un impacto medular en el diseño e implementación de nuestra diplomacia comercial de los siguientes años. Ojalá y contemos con los instrumentos para ello.
POR: ADOLFO LABORDE
EXREPRESENTANTE DE LA SECRETARÍA DE ECONOMÍA DE JAPÓN
COLABORADOR
PAL