La incertidumbre se ha posesionado del proceso electoral y sobre sus posibles desenlaces.
Son muchos factores, tanto algunos ruidosos como otros más intangibles, que están interactuando para generar nuevos tonos de confusión y desconcierto en la evaluación que hacen los ciudadanos sobre el desarrollo del proceso electoral, de las y los contendientes y el grado de credibilidad de sus propuestas y sus personas.
Hay crecientes dudas sobre la credibilidad de distintos actores involucrados en el proceso. Existen muchas dudas sobre lo que significa el propósito del intervencionismo ilegal presidencial en el debate público, sobre la utilidad de los partidos y sobre el papel de las organizaciones de la sociedad civil.
También hay temor sobre lo que significa para la vida y propiedades de los ciudadanos la violencia que amenaza tanto la paz como la credibilidad de los resultados por la intervención del crimen organizado, aunado al ruido del entorno internacional y los conflictos en los que está envuelto nuestro país.
Estos factores, tomados por separado y en conjunto, están impactando profundamente en el estado de ánimo social de los electores. Propician un fenómeno poco común en los procesos electorales. En vez de disminuir el número de indecisos, éstos están creciendo.
Lo normal en un proceso electoral es que, conforme se acerca la fecha de la elección, más y más posibles electores tienden a empezar a definirse con certeza por su opción o preferencia en la boleta. En el 2018 se estimó que el 18% de los electores tomaron su decisión de por quién votar al momento de llegar a la urna.
Hoy esos indecisos (sumando los indecisos que se declaran como tal, así como los que se niegan a contestar las preguntas del encuestador, es decir, el voto oculto) representan casi el 50% del posible electorado. Esto, a tres semanas de las elecciones.
Lo que estas tendencias significan, en términos políticos, es que conforme arrecia el debate político y la franca polarización que promueve el Presidente de la República, hay cada vez menos electores seguros de a qué candidata entregarán su voto. En vez de que las campañas esten esclareciendo posturas y alternativas para el futuro del país, éstas están enturbiando el ambiente de opciones y despertando una reticencia a definir el voto en una franja cada vez más grande de ciudadanos.
Ésta tendencia creciente de indecisos va en contra de la lógica de una elección tradicional en cualquier lado del mundo. Pero también es una prueba más de que la elección en México de 2024 no tiene nada de normal. Se inscribe en la lista de los procesos electorales dónde una parte muy importante del electorado considera que es importante ocultar su preferencia electoral o, por las condiciones en que se desenvuelve, estima que no es conveniente expresar su opinión abiertamente o, sintiéndose presionado, opta por mentir.
El gobierno ejerce una presión descomunal sobre los beneficiarios de los programas sociales para que voten por Morena. Los servidores de la Nación, ahora reconvertidos en militantes de Morena, amenazan, chantajean y exigen que esa población vote por Morena.
Esos morenistas son ese “Gran Hermano” de la novela de George Orwell, 1984. El mismo día de la elección vigilarán, como si fueran policías de conciencia, que todos ellos voten por Morena, so pena de perder su beca, apoyo o lo que sea, si no hacen como se les ordenó
Son los esclavistas del Siglo XXI que pueden dictar la sentencia de muerte a quienes no obedecen sus mandatos. Látigo en mano, vigilan su rebaño de corderos para ser llevados a un supuesto “festín democrático”.
Ese control hacia los beneficiarios de los programas sociales es tiránico. Y genera una respuesta inconfiable por parte de los mismos beneficiarios. ¿A quién le gusta ser esclavizado de esa forma despótica? Una cosa es recibir el apoyo, además legal, y otra, muy diferente es ser amenazado de perderlo si no se vota como le es indicado por el gobierno.
La forma tradicional de resistencia pasiva a esas presiones políticas es la de los brazos caídos. Es no votar. Esa resistencia se vio claramente en la baja asistencia a la urnas por el voto revocatorio en el 2022. Ahí la competencia era AMLO contra AMLO, y
AMLO perdió.
Los números resultantes de ese ejercicio constitucional eran muy bajos, sin competencia contraria. Era su campo libre para alcanzar el 40% del padrón y no se alcanzó ni el 20%. Una derrota inolvidable.
La experiencia del voto revocatorio es una muestra objetiva de que es casi imposible proyectar un número confiable de votos de los beneficiarios de programas.
El tono iracundo del Presidente es otro factor que empuja a parte del electorado a la indecisión. Seguramente él piensa que sus ofensas ayudan a los electores a decidir por él o por su candidata. Pero los datos reales dicen otra cosa. Cada día es menos relevante el Presidente en la toma de decisiones sobre el ejercicio del voto. Es relevante para sus fanáticos, pero no para el electorado en general.
Los votantes observan de cerca a su candidata y, francamente, no convence. Es débil de presencia, discurso y tono. No existe
una correspondencia clara entre el Presidente y la candidata.
El Presidente puede polarizar, pero la candidata no tiene justificación alguna para ello. Entonces su campaña parece una pantomima, tratando de proyectar algo que no representa legítimamente. Resulta algo grotesco. El Presidente grita, ofende y humilla. Ella hace lo mismo, y parece el teatro del absurdo. O simplemente absurdo.
Con esa pantomima logran enajenar votantes y despiertan suspicacias. ¿Cuál será el tono del siguiente gobierno: de fanatismo o de tolerancia? La duda está firmemente sembrada, y tiene el efecto de convertir a electores en indecisos.
La clase política en general está mostrando signos de agotamiento generacional e intelectual. No hay partido que se salve de ésta caracterización. Políticos sin nuevas ideas dirigen todos los partidos de la contienda. La ciudadanía se percata de este hecho. Es inescapable.
El debate entre contendientes muchas veces es con base en las premisas de la vieja escuela, entre PEMEX y soberanía. Entre Estado salvador o Estado regulador. Reparto de dinero a los pobres, sin soluciones a la pobreza. Salud y educación en el basurero de la historia. Soberanistas contra globalistas. Y todos acusados de corrupción. Son discusiones presentes desde hace décadas y no han recibido respuestas lúcidas y contundentes. Solamente hay retórica y sordera.
Ante ello, crece el número de indecisos, en parte por hastío, en otra parte por desesperación.
A tres semanas de las elecciones, la sociedad se desespera con sus dirigentes políticos, con sus pugnas, odios y acusaciones. Y muchos electores se mueven a la indecisión. El peligro es el fomento a la abstención, porque lo que se requiere es más, y no menos, participación en las urnas.
La sociedad civil tiene una gran responsabilidad de resistir la incertidumbre que se cierne sobre el proceso electoral. Tiene que ser el adulto en la casa. Tiene que fijar prioridades con claridad y no cejar en su ruta para lograr una gran participación de la ciudadanía, en plena libertad.
Ni la ira presidencial, ni el esclavismo del Siglo XXI, ni el diálogo insular de las candidaturas deben hacer que cese de promoverse una participación electoral de 70% para escuchar la auténtica y contundente voz de México, de sus mayorías y minorías, para salir del proceso electoral con un nuevo México. Con una nueva esperanza de una sociedad mexicana plural, tolerante y encaminada al encuentro consigo misma en el futuro.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
@rpascoep
MAAZ