Estamos en campaña y los partidos en México buscan aumentar sus simpatizantes, militantes y votos para los cargos de elección, que superan los 20 mil, histórica cifra. En 2018, según el INE, hubo una votación general arriba del 63%. Las personas jóvenes de 20 a 29 años, fueron quienes menos participaron en la elección con un 52.8%, es decir, de este segmento, no participó el 47.2%. La población de 65 a 69 años fue la que más participó con un 73.3%.
En gran medida, el terreno de las y los jóvenes, está en las redes, ya que según el Digital 2023 Global Report, en México hay 94 millones de usuarios de 18 años y más en Facebook, WhatsApp, Messenger, Instagram, X y Tiktok, constituyendo una oportunidad de politización o despolitización única.
Ejemplo de la ‘’batalla política y cultural’ y su impacto en redes, es la cantidad de bots y cuentas operadas a partir de algoritmos masivos e inteligencias artificiales para inducir los temas o trendings en plataformas como X, donde recientemente se reportó que quinientas mil cuentas escribieron un error de ortografía el mismo día, e intentaron ligar al gobierno actual con el narco a fin de beneficiar a Xóchitl Gálvez. Lo anterior, da certeza de la poderosa disputa por dominar la narrativa.
Así pues. ¿Resultaría confiable para un candidato o candidata moverse por las redes sociales? Parece ser que sí. Hay una tendencia clara a aumentar la presencia, aprovechar cada día para dar a los followers una imagen cercana y natural, hacer trends, conversar de tú, usar un lenguaje ‘’adecuado a la juventud’’, un formato de videos cortos, buscando aumentar su carisma, verse como personas jóvenes, empoderadas, atractivas y exitosas, como un ideal de clase media que aspira a participar.
En palabras de Jorge Zepeda Patterson en ‘’El efecto Samuel’’, Samuel García forma parte de una ‘’nueva especie de candidatos que aparecen ante el desgaste de los procesos de formación de cuadros en los partidos, que expresan desenfado de la política, y que más bien, apuestan por la despolítica‘’. Podría faltar un programa de gobierno o un proyecto político, pero apuestan todo a ser agradables y fotogénicos en redes. Concluye en que las redes sociales habían sido hasta hoy, herramientas para abrir el camino de las y los candidatos, pero no eran originados completamente de ellas.
Llegados aquí, anoto en ésta primera de dos entregas, que la política y las redes no tendrían que ser enemigas, cualquiera que diga lo contrario, está en un error. No obstante, para la política, es fundamental equilibrar la balanza entre ser lo ‘’solamente mediático’’ y usar los medios para difundir un proyecto político. Para ello, es útil el ejemplo de Javier Milei, cuyo triunfo se explica como un fenómeno discursivo, que conectó exitosamente por redes y TV, con un estado de ánimo de una argentina que hoy, ya no se siente representada por él.
POR ALAN VARGAS
COLABORADOR
@SOYALANVARGAS
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