LA MANIGUA

Un debate sin partituras

Todas, guías básicas para socorrer la curiosidad de los que calman el morbo con la interpretación de las palabras en política

OPINIÓN

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María Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de México
María Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Discutir temas que obviamente tendrán perspectivas diferentes, requiere de una destreza a prueba de balas. Las declaraciones, los comerciales de TV, mensajes en radio, los recorridos en territorio, los templetes y las entrevistas no son debates, de manera que un buen comunicador, no siempre es un buen orador o debatiente. El pasado domingo vimos con claridad que a la orquesta del debate por la CDMX le faltaron de esos directores y asesores que preparan las partituras y las organizan por segmentos. Por tiempos. Todas, guías básicas para socorrer la curiosidad de los que calman el morbo con la interpretación de las palabras en política.

¿Quién va a la guerra sin estrategia? ¿Quién da un concierto sin ensayar? Quizás por el solo compromiso que supondría tenerse respeto a sí mismos, debatir implicaría siempre deliberar con elocuencia e información actual para darle a los ciudadanos, no solo esperanzas, sino razones fuertes que en menos de cuatro meses deberán convertirse en votos.

La definición formal y ajustada de debate tiene un formato organizado y lo que vimos el domingo 17 de marzo nos brindó todo menos un orden, ninguna llamada a la curiosidad, ni la posibilidad de armar conjeturas y poder comparar unas creencias de otras, o unas propuestas viejas de aquellas que repiten como nuevas sin terminar.  Es normal que esto suceda en lo cotidiano, los debates y discursos han sido suplantados por frases cortas que se resignifican en redes sociales como planes de gobierno y los supuestos conflictos que van a solucionar como agentes de cambio deambulan por las redes sin fuentes y sin conclusiones. Una sincronía de ataques y respuestas viajan por la web como canciones y versos que a pocos se les ocurre cuestionar, pero la rentabilidad de un debate público televisado es una oportunidad que ningún equipo de campaña con sentido común abandonaría, porque en ese escenario el candidato es más que el nombre de los que abandera, es la marca, el renombre, la aventura a la que se supone se lanza para jugarse  el todo por el todo y el anzuelo para debates futuros.

La destreza política tiene al menos el encargo de llevar a buen puerto las joyas ganadas en los combates, de dar una estocada cada tanto y dejar boquiabiertos a los espectadores. Complacidos, servidos, pensantes. La concreción y la verdad de la información son las alas de un debate, son la música en escena y deben tener la energía y el rostro de lo que esperaba escuchar un México siempre convulso.   La piedra que funda los cimientos de un debate son los argumentos, los datos, el refutar, el encasillar y acorralar las ideas contrarias para amarrarlas a las causas que urge compartir. Es el alimento del mañana. Tendría que ser una orquesta con acordes que se enfrenten y que se dirijan hacia un final que suponga un veredicto, un vencedor, un vencido, algún tipo de magia que haga sentir o ver las bondades de una democracia que se supone plural y planeada. Lo desafinado fue lo que se inundó de frases y “slogans” conocidos, la mirada a cámara reflejó des tiempos y falta de coordinación, las caras largas fueron llevadas a un chiste poco acertado que aludía a unas tales palomitas en el cine, y los datos revelados se fueron al olvido por falta de tiempo. Faltó un director de orquesta que los llevara al espectáculo.  Más que la defensa de partidos, se quería escuchar sobre la defensa de una ciudad que resiste aún sin la creación de comunidades que promuevan lazos de seguridad y prosperidad, que promuevan la convivencia y la solidaridad que la desigualdad anula.

Nunca asomaron la palabra “felicidad” ni se hizo presente en los pocos argumentos enlistados de cada uno, nunca conmovieron a los nuevos votantes, nunca tocaron música alegre, mucho menos compleja, alguna que nos dejara en vilo, con la curiosidad que se debía, con las ganas del después.  Un debate sin partituras, sin las pausas disimuladas para redoblar esfuerzos, para reír o llorar.  Pocos compases, pequeños altos, muchos bajos y una cadencia que hubiera hecho dormir a todos los niños mexicanos en su cuna. Pensar que tantos niños mexicanos no tienen cuna ni canciones que les arrullen.

POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 
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