La cercanía del porvenir nos invita a establecer propósitos a cumplir durante el año que se avecina. Aunque muchos de nosotros nos proponemos, por ejemplo, dejar de fumar, algunos otros se resisten a un desafío imprescindible hoy en día: reducir el tiempo que pasamos frente a las pantallas.
En su libro No soy un robot, Juan Villoro afirma que “la realidad virtual ha permitido una evasión casi completa del mundo de los hechos.” El diagnóstico, además de certero y pertinente, pone en evidencia una vida social que tiende a priorizar el entorno digital por encima de la vida física con cada vez más regularidad.
Hoy en día, mientras las redes sociales proliferan, los datos personales se mercantilizan y los servicios básicos se digitalizan cada vez más, nuestros dispositivos dejan de ser una mera extensión de nuestra vida para convertirse en un reemplazo total de la misma. Es más, para las generaciones actuales, aquello que sucede dentro de los márgenes de la pantalla adquiere una importancia mucho mayor a lo que sucede en las inmediaciones del cuerpo, la naturaleza y el instante.
En semejante contexto, las exquisiteces del mundo natural pierden vuelo frente a un dispositivo que permite a sus usuarios estar en todos lados menos en el presente. Al final del día, esta digitalización radical ha provocado que nuestra presencia -más que natural- se vuelva opcional para aquel que prefiere vivir refugiado detrás de la pantalla. En consecuencia, dejamos de concebirnos como seres humanos complejos para vernos como seguidores, algoritmos o, peor aún, como meros consumidores de contenido.
De pronto, nuestro grado de goce se ve a la merced de nuestro acceso digital y nuestra cantidad de likes. Por ello, antes de engañarnos con un sinfín de propósitos inalcanzables, deberíamos de proponernos apagar el celular de vez en cuando.
POR TOMÁS LUJAMBIO
COLABORADOR
@TLUJAMBIOT
EEZ