COLUMNA INVITADA

Nueva relación México-Estados Unidos

En el siglo XIX la consolidación de Estados Unidos como potencia regional, y referente ideológico de la democracia republicana, impactó positiva y negativamente en la creación de México como nación

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Por demás sabido es que, históricamente, la vecindad geográfica que vincula a México con Estados Unidos de América, ha propiciado un cierto pasado histórico común, pero desigual y con episodios de desencuentros y tragedias nacionales.

En el siglo XIX la consolidación de Estados Unidos como potencia regional, y referente ideológico de la democracia republicana, impactó positiva y negativamente en la creación de México como nación.

Así, inspiró en José Miguel Ramos Arizpe el régimen federalista y el sistema presidencial que se vería reflejado en la Constitución de 1824, tras una sacudida histórica de rechazo al efímero inicio del imperio mexicano. Posteriormente, la primera mitad decimonónica bajo el signo de la lucha interna y fraterna que fue propiciada por las logias masónicas y la grosera injerencia del plenipotenciario Joel Roberts Poinsett, nos llevaron pendularmente del federalismo al centralismo y de regreso.

Peor aún, la idea del destino manifiesto norteamericano desmembró y amputó la integridad territorial mexicana. Primero, con la puesta en escena taimada de la aparente independencia de Texas en 1836 y, posteriormente, en 1847 de la descarada invasión y guerra entre México y Estados Unidos. Tal vez, éste sea el episodio más denigrante de la ambición norteamericana a costa de nuestro país, al grado de ver ondear durante un ominoso período la bandera de las barras y las estrellas en el Palacio Nacional, en pleno corazón de la nación.

Esto generó una histórica desconfianza y sana distancia entre ambos países quien la encarnó con mucha precaución fue el general Porfirio Díaz. No estaba tan desorientado, pues durante la Revolución Mexicana dos episodios volvieron a ensombrecer la relación amor-odio hacia los Estados Unidos. Por un lado, la Decena Trágica con la participación directa del embajador estadounidense Lane Wilson que llevó al asesinato del presidente Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez. Y, por el otro, el bochornoso asunto del telegrama Zimmerman durante el gobierno de don Venustiano Carranza en pleno fragor de la Gran Guerra.

Por supuesto, el visto bueno de una entonces potencia emergente y cada vez más pujante orillaba a los gobernantes mexicanos a buscar el reconocimiento en la algarabía revolucionaria y, tal vez, el mejor ejemplo hayan sido los Tratados de Bucareli de 1923, todo a cambio del reconocimiento del gobierno del general Obregón por EUA.

La política de buena vecindad patrocinada por Franklin D. Roosevelt con el resto del continente, esto es, con una América Latina despreciada, fue necesaria tras la necesidad de aliados que suministraran materias primas para el esfuerzo bélico en la Segunda Guerra Mundial. Cada vez los acercamientos entre ambos países fueron más diplomáticos, pues debe recordarse la devolución del Chamizal en tiempos de los presidentes Kennedy y López Mateos.

A partir de la década de 1990 a la fecha, la relación se fincó en sendos de acuerdos y tratados comerciales libres de aranceles y que han fomentado un bloque geoeconómico en América del Norte. Sin embargo, la primera llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos obligó a reformular los términos de esas bases.

Ahora el segundo arribo de Trump trae aparejada una política agresiva especialmente dirigida a México bajo tres cánones: migración, narcotráfico y comercio bilateral. Una agenda complicada por interlocutores impositivos, posible falta de experiencia de una administración entrante y problemas internos agravantes. Se requerirá de prudencia, conocimiento, buen manejo de la relación y, sobre todo, no amedrentarse ante las bravuconadas que es el sello distintivo del próximo mandato de Trump.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ

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