Fue reabierta la catedral parisina de Notre Dame, después de una remodelación en tiempo récord que permitió restaurar toda su grandeza y belleza, tras el fatídico incendio que sufrió en abril de 2019. En tan magna ceremonia se dieron cita decenas de jefes de Estado y de gobierno de todo el mundo, así como personalidades de los más diversos ámbitos.
La reapertura de la catedral de Notre Dame ha coincidido con las celebraciones navideñas. Notre Dame simboliza, quizá más que cualquier otro monumento, aquellos valores sobre los que se edificó la civilización occidental y que tuvieron su génesis en un humilde portal de Belén de Judá.
Occidente ha sido una identidad histórica, cultural y moral, más que una simple referencia geográfica. Esa identidad se ha construido a partir de un conjunto de valores universales que, como bien señaló Benedicto XVI, el cristianismo contribuyó a forjar para que pudieran actuar como fermento de civilización.
Una civilización que va más allá de las prácticas religiosas puntuales o de creencias individuales. Incluso agnósticos como Marcello Pera o Gabriel Albiac han subrayado su relevancia. Es una herencia que se ha transmitido durante generaciones, es ese “rumor de fondo” del que habla con acierto Rafael Navarro-Valls cuando hace alusión a la “democracia de los muertos”, es decir, a esa suerte de pacto que incluye no solo a las generaciones actuales: también a las que ya pasaron y a las que habrán de venir.
Esa tradición bebe de tres grandes fuentes: la razón griega, el derecho romano y el amor cristiano. Atenas, Roma y Jerusalén se fundieron en un mismo relato del que se derivan valores como la dignidad humana, la libertad, la solidaridad, el respeto a la vida, la igualdad o la fraternidad.
Notre Dame simboliza todo eso. Al igual que las otras imponentes catedrales europeas, se construyó pensando en lo sagrado, en lo inmaterial, en lo trascedente. Como consecuencia de esos altísimos propósitos y de ese espíritu creador, el arte se manifestó en toda su plenitud y a lo largo de ocho siglos ha logrado resistir la ira de los revolucionarios, la barbarie de los comuneros, los horrores de dos guerras mundiales y ahora un devastador incendio.
Sus puertas se han abierto otra vez, coincidiendo venturosamente con las celebraciones navideñas, las cuales nos recuerdan el inicio de una nueva era, cimentada en una cosmovisión que considera que las personas tienen una dignidad especial de la que se derivan derechos. Esta noción de dignidad humana proviene de la insistencia evangélica del amor al prójimo, el perdón y la compasión.
Hoy festejamos ese gran acontecimiento que incluye, para los creyentes, el encuentro íntimo con quien es el camino, la verdad y la vida.
POR FERNANDO RODRÍGUEZ DOVAL
POLITÓLOGO
@FERDOVAL
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