En la última edición de la Feria Internacional del libro en Guadalajara (FIL) sucedió un acto violento que terminó cancelando una mesa sobre el conflicto entre Israel y Palestina. Dos de las ponentes, Adina Chelminsky y Silvia Cherem, fueron vilipendiadas e insultadas solo por su origen judío por un grupo propalestina que impidió que el panel se llevará a cabo. En una crónica de lo sucedido, el escritor J.S Zolliker mantuvo conversaciones con el grupo de manifestantes que irrumpió en el salón y lo que describe es bastante triste. El leit motiv de algunos de ellos descansaba esencialmente en lo visceral. Cuando se les confrontó con la realidad y con los datos, se atrincheraron en sus ideas y se mostraron incapaces de debatir.
Unos meses antes de la FIL, en una conversación con Pamela Cerdeira, Chelminsky, que goza de una amplia y fiel manada de haters que la califican de sionista, imperialista y genocida en X, comentó, que, sin minimizar en ningún sentido la tragedia palestina, le preocupaban los brotes de antisemitismo que el papel de Israel en esa guerra estaba suscitando en todo el mundo. Recalcó que el antisemitismo es sinónimo de una sociedad profundamente intolerante y que es solo la punta del iceberg para que otros tipos de discriminación étnica, religiosa, sexo genérica y de todo tipo afloren. Y esto me parece clave para poder entender el mundo y los cambios sociales que estamos viviendo.
De ninguna manera esta anécdota anula a los movimientos y expresiones que abogan por la paz en Gaza y que han denunciado, con razón, los excesos del gobierno de Netanyahu en Palestina; sin embargo, lo cito porque creo que es sintomático de un mal social mayor y del que, en lo personal, me parece que debemos hacernos cargo.
En mi columna anterior hablaba acerca de algunos de los últimos acontecimientos políticos con los que cerraba el 2024. Me disponía a cerrar el año con una perspectiva del panorama político hacia 2025, y en sentido estricto esto que escribo ahora es justamente eso, solo que con un pequeño giro: decidí cambiar el ángulo de lo macro a lo micro. Concluyo este 2024 no con un apunte a la historia en tiempo real que se escribe con “h” mayúscula, si no con aquella que vivimos tú, lector, y yo todos los días.
Estamos viviendo un momento de profunda polarización política en el que, en ciertos ámbitos la discusión sobre determinados tópicos se ha vuelto imposible. El debate público es cada vez menos propositivo y las posibilidades para tener una conversación sana se agotan, y como sociedad esto es preocupante. En cualquier bando siempre hay un ofendido o alguien que trata de anular el argumento del contrario. Da igual si hay punto mínimamente racional para debatir: las ideas ya no importan, importan más el atrincheramiento ideológico, los sesgos individuales y el tribalismo. La sociedad de nuestro tiempo se fragmenta cada vez más y el sentido de pertenencia se arraiga casi exclusivamente en el grupo: social, económico, étnico, sexual, político, etcétera.
Esto tiene consecuencias políticas severas porque permite que líderes y voces extremistas, de cualquier espectro ideológico, aprovechen ese capital y lo distorsionen en su beneficio envenenando el de por sí tenso ambiente que se vive hoy en nuestras sociedades.
En su libro Izquierda no es woke, la filósofa estadounidense Susan Neiman hace una necesaria crítica a la ideología -entre otras cosas- que ha sepultado en muchos sentidos las aspiraciones de los demócratas en los Estados Unidos para seguir siendo una opción viable para los votantes más moderados. Lo woke, según Neiman, se centra casi exclusivamente en las diferencias, étnicas, identitarias, sexuales y de género concibiéndolo todo desde un enfoque de poder y dominación, sin dejar espacio para otro tipo de fenómenos y realidades que den cuenta de la complejidad de una sociedad variada y diversa.
Si bien es cierto que lo woke aplica solo para el contexto estadounidense, en el resto del mundo existen fenómenos similares que, siempre amplificados por la virulencia de las redes sociales, obstaculizan el sano debate de las ideas sobre temas de los que siempre tenemos que estar discutiendo. La pobreza, la desigualdad, los derechos de las mayorías y las minorías entre muchos otros desafíos de nuestro tiempo tienen que ser debatidos y analizados, pero siempre desde el respeto, con ideas, argumentos, escuchando al otro.
Si seguimos creyendo que nuestros derechos y obligaciones políticas se reducen al voto electoral estamos perdidos. Desde lo individual, en nuestras relaciones personales y profesionales, podemos hacer la diferencia. Por más alejados que podamos estar geográfica o ideológicamente, siempre existen puentes que nos comunican, y debemos fortalecerlos. La historia del mundo en los últimos 100 años ha demostrado que solo la cooperación nos puede llevar a un mejor porvenir, no será perfecto ni mucho menos, pero es mejor eso a aislarnos, dividirnos y encerrarnos en nuestra burbuja, viéndonos como enemigos porque no tenemos el mismo color de piel, no creemos en el mismo o Dios, no votamos por el mismo partido o no tenemos la misma preferencia sexual.
Es cierto que el panorama para 2025 no será nada sencillo, pero haciendo alarde del espíritu decembrino, que en lo posible trato de mantener el resto del año, quiero enviar un mensaje de reconciliación. Todos somos humanos, todos tenemos derecho a una vida mejor, a ser libres. Sé que es un terrible cliché decir esto, pero de verdad, son más las cosas que nos unen que las que nos separan. No lo olvidemos, porque ante la oscuridad que se cierne sobre nosotros, la única alternativa que nos queda es mirarnos a los ojos como iguales y entendernos mejor. No es sencillo, lo sé, pero vale la pena intentarlo.
Muy felices fiestas a todos y gracias por haberme leído estos doce meses. Nos leemos en 2025.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS
COLABORADOR
@JGARCIABEJOS
MAAZ