Los fines de año suelen ser sinónimo de reflexión, balances y propósitos. Nos detenemos un momento para mirar atrás, repasar lo logrado y, quizás, repensar lo que no salió como queríamos. Sin embargo, en nuestra sociedad, esa pausa a menudo se traduce en una larga lista de culpas ajenas, en lugar de una honesta autocrítica. Como si la derrota nunca fuera nuestra y el error siempre perteneciera a otro.
Esta actitud no es nueva. Históricamente, ha costado a la sociedad asumir sus propios errores. Ya sea en lo individual o en lo colectivo, se ha fomentado una cultura donde la responsabilidad se diluye y las culpas se reparten con facilidad. La narrativa siempre nos coloca como víctimas de un sistema, de las circunstancias o de algún enemigo imaginario que conspiró para hacernos tropezar.
Un juicio perdido no suele ser consecuencia de un mal abogado o de una defensa débil, sino de un juez corrupto. Si no ganamos una elección, fue porque el árbitro estuvo vendido. Si nuestro equipo pierde el domingo, es que “todo está arreglado”.
Lo curioso es que, a medida que el mundo cambia y las instituciones en México se transforman, esta tendencia se agudiza. El 2024 ha sido un año de grandes transformaciones políticas e institucionales en nuestro país. En medio de estos cambios, muchos se sienten perdidos e incapaces de entender lo que ocurre. Y en lugar de adaptarnos a las nuevas realidades, preferimos aferrarnos a explicaciones vagas y simplistas. Esto es una manifestación de una sociedad que aún prefiere vivir en la negación, que opta por ignorar la realidad para no enfrentarla.
¿A quién o a quiénes beneficia esta forma de pensar? La respuesta no es sencilla, pero la primera en beneficiarse es nuestra propia comodidad: la de no asumir responsabilidad, la de no mejorar. Pero también se benefician aquellos personajes, líderes de opinión o figuras públicas que encuentran en este discurso un trampolín para su popularidad. Esos que señalan con el dedo, repiten verdades a medias y nos dicen lo que queremos escuchar: que no tenemos la culpa, que los otros son el problema.
Aceptar los errores duele, nos exige humildad y nos obliga a hacer cambios. La autocrítica demanda esfuerzo, mientras que culpar a los demás nos permite permanecer inmóviles, sin cuestionar nuestras acciones ni salir de la zona de confort.
Es momento de abandonar las justificaciones fáciles y asumir con seriedad nuestras responsabilidades. No se trata de buscar culpables, sino de ver en cada error una posibilidad de crecer y mejorar. Así podremos avanzar hacia una sociedad más responsable, donde los tropiezos sean un impulso para el cambio y no simples pretextos para evitarlo.
Deseo que el próximo año esté lleno de retos que nos impulsen a ser mejores, de aprendizajes que nos fortalezcan y de momentos que nos inspiren a seguir avanzando. Al final, es el reconocimiento de nuestros errores lo que nos permitirá seguir mejorando. Así lo pienso ¿Y tú?
Juan Luis Montero García
Abogado Penalista
@JuanLuisMontero