PORTAZO

Académicos, diplomáticos; espías y soldados

El imperio, en su peor fase de reconstrucción rápida y furiosa, envía a nuestro país, por primera vez, a un Boina verde y exagente de la CIA, Ronald Johnson

OPINIÓN

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Rafael Cardona / Portazo / Opinión El Heraldo de México
Rafael Cardona / Portazo / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

A lo largo de nuestra desgraciada historia con Estados Unidos, los mexicanos hemos padecido invasiones, intromisiones, abusos y sabotajes.

El célebre “pacto de la embajada”, cuando era presidente americano William Taft, les permitió a los asesinos de Francisco I. Madero culminar el golpe de Estado. El último, hasta ahora, de nuestra historia. En lo futuro, ya no será el único camino para deshacer un gobierno. La Revocación del Mandato lo hace innecesario. En fin.

Sin embargo, no todos los embajadores estadounidenses han sido como Lane Wilson, quien, a fin de cuentas, no actuó por iniciativa personal. Así le ordenó su gobierno, tal y como lo hacían Joyn Slidell, David Conner y Nathan Clifford durante los aciagos
años de la guerra de 1846, por instrucciones del presidente James K. Polk.

Con frecuencia los mexicanos achacamos a los embajadores el sentido general y la orientación de las relaciones, sin percatarnos de lo más elemental: un diplomático es un hombre sin poder. Su misión es representar, informar y transmitir instrucciones.

Personalmente he conocido a casi todos los embajadores estadounidenses en México desde Fulton Freeman, ese estudioso de las ciencias sociales y ejecutante de música de jazz con alientos de trombón. Él fue embajador durante el año 68 y con la facilidad de la desinformación lo acusaron de actuar por órdenes de la Agencia Central de Inteligencia. Y no era así. Él representaba los intereses del Departamento de Estado. La CIA estaba en otras manos.

En la embajada ha habido de todo y sólo una mujer, Roberta Jacobson, quien captó fugazmente la atención porque marchó en favor de la inclusión en una marcha del Orgullo Gay. Y del pobre diablo de Ken Salazar, ni hablar.

Hubo embajadores extravagantes, como Joseph John Jova, a quien vi trepado sobre una silla, con círculos de servilleta sobre su cabeza, cantando en una cena con Carlos Andrés Pérez, expresidente de Venezuela, su abierta condición de hermano de la espuma y del Arauca vibrador…

Imposible olvidar a personas tan circunspectas como el estirado Mc Bride o tan agudas y talentosas como Jeffrey Davidow, cuyo libro El oso y el puerco espín, define claramente una relación tan injusta como necesaria, de la cual se puede esperar todo, menos amistad, como dijo Jorge Montaño.

Hoy el imperio, en su peor fase de reconstrucción rápida y furiosa, envía a nuestro país, por primera vez, a un Boina verde y exagente de la CIA, Ronald Johnson, con lo cual apunta hacia uno de sus viejos anhelos: intervenir con fuerzas especiales en el territorio mexicano como en otro tiempo (1917) se hizo con John J. Pershing para perseguir a Pancho Villa, tras el ataque a Columbus.

“¡Ay! Nanita…”

POR RAFAEL CARDONA

COLABORADOR

@CARDONARAFAEL

MAAZ