ECOS DE LA CIUDAD

El Espíritu de la esperanza

La vida se redujo finalmente a la mera supervivencia, una jadeante sociedad de la supervivencia que se parece a un enfermo que trata de escapar por todos los medios de una muerte que se avecina

OPINIÓN

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Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de México
Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Heraldo de México

El Espíritu de la esperanza, bajo el subtítulo Contra la sociedad del miedo, es un libro del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado y traducido en español por editorial Herder en 2024. Han inicia su exposición con un verso del poeta franco-rumano, Paul Celan: Mientras aún le quede luz a la estrella, nada estará perdido. Nada.

Por nuestros días, merodea el fantasma del miedo, parece que los apocalipsis están de moda, se venden como mercancía. No solo en la vida real, sino también en la literatura y en el cine, miramos angustiados un futuro tétrico. Ya hemos perdido la esperanza de tantos problemas por resolver, de tantas crisis por gestionar.

La vida se redujo finalmente a la mera supervivencia, una jadeante sociedad de la supervivencia que se parece a un enfermo que trata de escapar por todos los medios de una muerte que se avecina. En este marco, hay una sola cosa que nos permitirá vivir una vida que no sea solo sobrevivir, se trata de la esperanza. Es la esperanza la que nos puede permitir recuperar un horizonte de sentido y regalarnos un futuro.

Esperanza, significa dejar que la realidad se preñe de futuro, nos permite creer en el futuro, pero hoy se difunde un clima de miedo que mata todo germen de esperanza e impide el futuro. El miedo crea un ambiente depresivo marcado por sentimientos de angustia y resentimiento que terminan arrojando a la gente a los brazos de los populismos de derecha, quienes atizan el odio y abandonan toda solidaridad y empatía.

El aumento del miedo y el resentimiento embrutecen a toda la sociedad y amenazan a la democracia, porque la democracia es incompatible con el miedo, ya que solo prospera en una atmósfera de diálogo. En este sentido afirma Han, que el régimen neoliberal, es un régimen del miedo, hace que las personas se aíslen por la competencia indiscriminada y la presión por el rendimiento. El aislamiento narcisista genera soledad.

Y nuestra conducta está cada vez más marcada por el miedo al fracaso, a no estar a la altura. Nos optimizamos creyendo que nos estamos realizando, pero es una forma de auto explotación lo que hace que el miedo actúe como impulsor de la productividad.

El miedo ha sido desde siempre una herramienta de dominio, porque a través del miedo se vuelve a las personas dóciles y fáciles de extorsionar. En un clima de angustia, odio y linchamientos digitales nadie se anima libremente a expresar sus opiniones.

Hoy tenemos miedo hasta de pensar y eso es muy grave, porque solo el pensamiento cuando se vuelve empático puede abrirnos las puertas de lo distinto. Cuando impera el miedo, las diferencias no se exponen, sólo domina el conformismo y se cierran las puertas a lo distinto. Donde hay miedo no hay libertad, porque el miedo transforma a la sociedad en una cárcel. El miedo niega el lenguaje y cierra el horizonte narrativo. Ninguna esperanza nace donde impera el miedo, porque el miedo no crea comunidad.

Pero hay algo que contrasta con el miedo, dice Han y es la esperanza. La esperanza va orientando el camino, nos ofrece un horizonte de sentido, nos da cauce y nos abre los ojos a lo venidero. Por ello, necesitamos una política de la esperanza que venza este clima de miedo, debido a que la esperanza es un catalizador de lo nuevo, fermento de la revolución.

La esperanza más íntima, nace de la desesperación más profunda y cuando más fuerte es la desesperación, más fuerte será la esperanza, porque la esperanza es una figura dialéctica. Desesperación y esperanza son como valle y montaña, por esta razón es que Byung Chul Han hace una distinción entre pensar con esperanza y ser optimista, diferenciándolos.

Afirma que el optimismo carece de toda negatividad, desconoce la duda y la desesperación, su naturaleza es la pura positividad. El optimista está convencido de que todo saldrá bien, vive en un tiempo cerrado, desconoce al futuro como un campo de posibilidades, porque entiende al futuro como algo enteramente a su disposición.  El optimista no cuenta con lo inesperado, al optimismo no le falta nada ni está camino a ninguna parte.

A diferencia de la esperanza, que supone un movimiento de búsqueda de lo nuevo, la esperanza nos lanza hacia lo abierto, hacia lo que todavía no es. En cambio, al optimismo no es necesario conquistarlo, se tiene como algo obvio. El optimismo no se diferencia sustancialmente del pesimismo, solo se trata de su reflejo inverso, porque el pesimista también vive en un tiempo cerrado y es tan testarudo como el optimista. Ni para el pesimista ni para el optimista, hay ningún evento que pueda modificar el curso de los acontecimientos, en ambos casos se trata de una postura fatalista.

En contraste, la esperanza escapa de la cárcel del tiempo cerrado y apuesta por las posibilidades que nos sacarían de lo que no debiera existir, la esperanza también se diferencia del pensamiento positivo y de la psicología positiva. La psicología positiva solo se ocupa del bienestar y de la dicha, propone cambiar los pensamientos negativos por otros positivos, haciendo a cada uno responsable de su propia felicidad, rechazando la idea de que el sufrimiento se transmite socialmente. La psicología positiva privatiza el sufrimiento y por ende aísla a las personas, a las que deja de interesarles el sufrimiento ajeno. Cada uno se ocupa sólo de su propia felicidad.

Por el contrario, la esperanza no da la espalda a las negatividades de la vida. El sujeto de la esperanza es un nosotros, se convierte en intensidad, en una pasión que se genera ante la negatividad de la desesperación y en tanto pasión, no es pasiva, trabaja activamente para avanzar en las tinieblas, en busca de la luz. La esperanza encierra una dimensión activa que nos inspira para lo nuevo.

Sin un horizonte de sentido, la vida se reduce a la supervivencia, cosa que sucede hoy con la inmanencia del consumo. Los consumidores no tienen esperanzas, tienen deseos y cuando el consumo es todo lo que hay, el tiempo se reduce al presente perpetuo de necesidades y satisfacciones.

Un presente que no sueña no genera nada nuevo, un presente reducido a sí mismo, sin mañana ni futuro no incluye la acción decidida a comenzar de nuevo, es solo la mera optimización de lo que ya existe, incluso de lo que no debería existir. Sin horizonte de sentido es imposible actuar, pero tener esperanza es mucho más que aguardar pasivamente y desear como se suele suponer. La esperanza se caracteriza por el entusiasmo y su afán, incluso puede considerarse una pasión militante.

Han propuesto distinguir entre la esperanza pasiva inactiva y débil y la esperanza activa y fuerte. La esperanza pasiva se parece a un deseo débil, la esperanza activa en cambio, inspira a las personas a las acciones eficaces y creativas. La esperanza desarrolla una narrativa que guía las acciones, estimula la imaginación y sueña activamente, la esperanza es una fuerza y un ímpetu, algo que no logra hacer ningún deseo.

La esperanza habita en el futuro, tiene una estructura narrativa, el espíritu de la esperanza anima y alienta nuestros actos, aviva nuestra atención, agudiza nuestros sentidos para percibir lo que aún no existe, lo que apenas despunta en el horizonte.

El poeta Gabriel Marcel expresó: Pensando en nosotros he puesto mis esperanzas en ti. Con ello, resalta la dimensión trascendente de la esperanza en la que el yo, se convierte en nosotros. Esperanza, fe y amor son conceptos emparentados y cada uno se consagra a los otros, quien tiene esperanza ama o cree, se entrega al otro y trasciende la inmanencia del yo. Quien no sea capaz de dejar de pensar únicamente en sí mismo, no podrá amar ni tener esperanza.

POR HUMBERTO MORGAN COLÓN

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