Ayer se terminó de morir el Poder Judicial, como lo conocemos. Ayer también se acabó la Suprema Corte como máximo Tribunal garante del espíritu de la Constitución y los derechos de los ciudadanos. Ayer se derrumbó un pilar de la democracia.
Ayer se murió la República como existía. Lo que vendrá será inédito. Vamos como país a terreno desconocido. Para los aplaudidores de la 4T, la elección de jueces, magistrados y ministros, nos dará un mejor Poder Judicial. La reforma que la aplanadora de Morena y aliados aprobó en tiempo récord, y cobijó con otra modificación constitucional —igualmente veloz—, la reforma de Supremacía constitucional, solucionará, han dicho, la corrupción, el nepotismo y la ineficacia en la impartición de justicia.
Ojalá tengan razón, pero se antoja difícil. Al contrario, lo aprobado sobre las rodillas parece encaminarnos a un pantano plagado de obstáculos. Para los críticos del régimen, estamos en la antesala de la “dictadura”. Se acabó la división de poderes, el sistema de contrapesos y la SCJN no será más que una oficialía de partes al servicio del Ejecutivo, que de por sí ya controla el Legislativo. Lo que veremos en el correr de los próximos meses será el caos.
La organización del proceso electoral será, además de muy costosa (poco más de 13 mil millones de pesos), en exceso caótica. Elegir a cientos de jueces, magistrados y ministros, colocando requisitos a ras de suelo (cinco cartas de recomendación de vecinos, “ensayo” de cinco cuartillas…) no permite ser optimistas sobre el perfil de quienes llegarán.
La victoria ayer de la 4T, luego de que el Pleno de la Corte no alcanzara la mayoría de ocho ministros para contener partes de la reforma Judicial es, en los hechos, el más reciente triunfo de AMLO que, a 35 días de dejar la Presidencia, sigue haciéndose sentir. México camina rumbo a un fango jurídico, político y económico que deberá sortear la presidenta Claudia Sheinbaum.
López Obrador se salió con la suya. Obtuvo el triunfo que tanto quería.
La revancha que largamente acarició. Desmanteló al Poder que detuvo ilegalidades y actos arbitrarios durante su administración. Tiene, ahora sí, el “regalo” prometido. Desde luego, el Judicial está lejos de ser perfecto. El nepotismo en su interior es innegable, hay corrupción y su eficacia está lejos de resultar presumible.
Pero en muchas de sus áreas funciona bien, hay verdaderos profesionales, se premia el mérito, se permite hacer carrera y su autonomía ayuda (o ayudaba) a mantener contrapesos sanos en una democracia, además de generar condiciones de certeza jurídica que abonan a un Estado de derecho y propician la inversión. Hay mucho de mejorable, sin duda, pero no se mejora destruyendo. Mucho menos golpeando hasta la saciedad.
Reformar para mejorar conlleva —o debería conllevar— trabajo político, cuidado de las formas y legalidad. Asaltar al Poder Judicial como se hizo, lejos de fortalecer, debilita a quien empujó esas transformaciones. Suerte a la Presidenta con el regalo de bienvenida que le preparó su antecesor. Y suerte para los mexicanos que avanzamos rumbo a lo desconocido.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
@MLOPEZSANMARTIN
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