WASHINGTON. Al margen de quién gane o haya ganado las elecciones del martes, las relaciones entre Estados Unidos y México serán difíciles y complicadas, menos malas de lo que algunos suponen, pero lejos de ser tan buenas como las que desearía presentar al menos el gobierno mexicano.
Ciertamente, y a pesar de la cercanía geográfica y la complementariedad económica, los vínculos están sujetos a los vaivenes de la política, las veleidades de la opinión pública estadounidense y las ideologizadas posturas mexicanas.
Algunos ven señales positivas en lo que consideran como señales de pragmatismo del nuevo gobierno mexicano, pese a los evidentes desacuerdos por la relación con Cuba, Nicaragua y Venezuela, las complicaciones comerciales por la integración china en las cadenas productivas mexicanas, la desconfianza creada por la reforma judicial o las limitaciones creadas por falta de infraestructura.
Para los estadounidenses resulta obvio que el futuro económico está en la creación de una región económica y geopolítica integrada por encima, en el caso mexicano, de los roces políticos y los desacuerdos que pudieran existir en cuanto a cooperación migratoria y de seguridad.
La idea de Norteamérica podría parecer rebasada para algunos y hasta en peligro según otros, pero la realidad es que con una economía profundamente integrada, los Estados Unidos requieren de un buen acomodo con México, que permita la idea de una región integral y le garantice estabilidad en la frontera. Y México necesita de la asociación con el mercado estadounidense.
El actual problema de la relación podría ser visto en que ninguno de los dos gobiernos parece tener confianza en el otro, aunque la presidenta Claudia Sheinbaum despierta en Washington menos alarmas que su antecesor Andrés Manuel López Obrador.
La nueva Presidenta mexicana ha señalado que la relación económica con Estados Unidos tiene la mayor importancia y su equipo económico parece más inclinado a lo práctico, a la realidad de una vecindad que permite muchos márgenes, pero al mismo tiempo obliga. Es en alguna medida también una expresión de realismo geopolítico.
"Es de la mayor importancia calmar preocupaciones en torno a la instrumentación de la reforma judicial y aplacar el clima de seguridad que en las últimas semanas se ha convertido en uno de los mayores dolores de cabeza para el gobierno mexicano", opinó Rubén Olmos, director de la organización global, Nexxus.
Es un punto que secunda Diego Marroquín, investigador para temas de América del Norte en el Wilson Center. "La confianza de los inversionistas en México ha bajado abruptamente, en gran medida debido a las reformas recientes, judicial y de energía", precisó.
De acuerdo con Marroquín, en marzo pasado 46% de empresas entrevistadas, consideraba que era un buen momento para invertir en México, en contraste con 5% en septiembre. El hecho es que con una abrumadora relación comercial y una integración socioeconómica real, es difícil que cualquiera de los dos países pueda ir más allá de gestos simbólicos y romper esos lazos.
A querer o no, la relación entre Estados Unidos y México no será la misma después de 2024. Vendrán cambios, pero también habrá continuidades. Hay retos que seguirán generando tensiones más allá de los resultados electorales en ambas naciones. A su vez, se comparten oportunidades y lazos de integración que son fuertes, pero que pueden resultar afectados por el rubro político.
Lo que sucede en EU tiene un impacto inmediato en México, y aunque quizá no en la misma escala, lo que ocurre en México influye en los intereses estadounidenses.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
COLABORADOR
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE
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