Se podría decir que las advertencias están, como graffitis, escritas en todas los muros. Hay señales dentro y fuera del país de que el tiempo se acorta rápidamente para que la Presidenta se defina como depositaria de lo más radical del proyecto sectario de Morena o se convierta en mandataria de todas y todos los mexicanos. Ese es su dilema existencial o, si se prefiere, es la jaula en la que se metió voluntariamente.
Quería el poder; pues ya lo tiene. Ahora lo tiene que ejercer. El poder ofrece opciones y, también, dilemas a quienes lo detentan. Sheinbaum gobierna un país que está geográficamente unido a otros: Estados Unidos al norte y Guatemala al sur. La economía de México es un engrane más y espejo de la estadounidense.
Por tanto, no sorprende que la mexicana sea, en realidad, una pieza integrante más del mercado doméstico de Estados Unidos. Por esa razón, existe el T-MEC, que ata estructuralmente, administrativamente, legalmente, socialmente y financieramente a nuestro país con Estados Unidos. Y vice versa. Es un camino con doble sentido.
Si todo esto no se entiende, entonces la Presidenta no entendió el juego del poder en el que se metió. Por ejemplo, ojalá haya entendido que fue un error que AMLO llamara a los mexicoamericanos a votar por Trump contra Biden en el 2020 y que no reconociera la victoria de Biden hasta meses después de consumada la elección. Porque esa conducta de AMLO ante Biden le ha costado mucho a nuestro país. Un costo fue la “extracción” de Zambada. Es de esperarse que la Presidenta no cometa el mismo error este 5 de noviembre próximo.
La Presidenta aparentemente acusa al gobierno estadounidense de haber secuestrado al “Mayo” Zambada, aunque no tenga el dato preciso ni la confesión de parte, el costo lo paga México en vidas humanas y economías destruidas, en Sinaloa y progresivamente en otras partes del país. Y todo porque, como lo insinuó el embajador del país vecino, pareciera que a México le molestó el arresto de “Mayo” Zambada.
En ese tortuoso camino de doble sentido, el vecino percibió la reticencia mexicana a detener al criminal, por lo que seguramente sintió que podía actuar donde veía que el otro fallaba. Supongamos que así fue. Y ahora el mismo gobierno mexicano parece estar infeliz con esa “extracción”, pues no quiere mostrar su verdadera posición ante el inesperado conflicto dentro del cártel de Sinaloa.
Obviamente no quiere tomar partido ni en contra los Chapitos, ni en contra la Mayiza, ni en contra de ambos, sino que opta por criticar a Estados Unidos. Es una posición más cómoda, si la intención es no mostrar favoritismo por los Chapitos o por Zambada.
Especialmente estando todos ellos en manos de las autoridades estadounidenses y cuyos relatos podrían, presumiblemente, tumbar al gobierno federal y muchos gobiernos estatales.
La fuerza pública mexicana, Ejército, Marina y Guardia Nacional, simplemente se dedican a dar vueltas y vueltas aparatosas por calles, carreteras y baldíos de Sinaloa, sin tener una definición clara de su objetivo ni de cuál es su misión en ese estado. O sí conocen la misión, que es dar vueltas y vueltas a la defensiva sin atender la emergencia que vive la ciudadanía, para no comprometer al gobierno en un conflicto entre las partes.
Parece que el verdadero poder está del lado de los criminales, y no del Estado. Se percibe una criminalidad activa y empoderada, mientras que el Estado está inmóvil, congelado y sin capacidad de respuesta. Estamos ante lo que más nos debería de preocupar: la subordinación de la fuerza política mayoritaria en el país a la fuerza “del más débil”: la criminalidad.
Sinaloa parece ser el resumen de la crisis de gobernabilidad que vive la República y, muy especialmente, es el terreno sobre el cual tendrá que definirse la Presidenta. Si va a continuar solapando las alianzas del sexenio anterior, y asumiendo el costo de lo que esto implica: sin declararlo, seguir con “los abrazos, no balazos”. Porque es la impresión que da la parálisis de todo un Estado nacional ante la guerra interna del cártel de Sinaloa.
Y se pone peor con la aparente alianza (¿coyuntural o duradera?) entre los Chapitos y el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Juntando sus dos poderíos, las armas y la corrupción, pueden aspirar a dominar al país entero. Se habla de tres nuevos cárteles apareciendo en ésta coyuntura del nuevo gobierno. Más bien, debería hablarse de nuevos acomodos en los cárteles existentes.
Los cárteles Nueva Generación, Michoacán Nueva Generación y Tabasco Nueva Generación son producto de nuevos acuerdos con las nuevas autoridades de un nuevo sexenio. Todo es nuevo, y los recién llegados al poder están tratando de tener sus propios acuerdos, alianzas y espacios de acción. Aquí no sucede algo que no haya sucedido antes.
Surge una duda importante. ¿Qué tanto este nuevo proceso de reconfiguración de cárteles y acuerdos gubernamentales romperá con el equilibrio del sexenio que acaba de terminar? Porque al reconfigurar los pactos, los anteriores se rompen y ahí es donde empiezan las delaciones, denuncias, secuestros, extracciones y acusaciones sobre corrupción de los anteriores gobernantes.
El morenismo está construyendo nuevos pactos de control territorial, cediéndole poder a los implantes criminales en sus territorios naturales de control. Están reaccionando a la guerra en Sinaloa y alrededores, facilitando pactos que serán sellados a sangre y fuego. No lo hacen de otra manera. La interrogante, sin embargo, es qué tanto tardará este nuevo esquema de reparto del poder en el país en consolidarse. Porque no hay mucho tiempo.
La presencia de Zambada y los hijos del Chapo en Estados Unidos es una bomba de tiempo para los funcionarios del sexenio anterior, muchos de los cuales siguen con funciones oficiales relevantes en el actual sexenio. Es de suponer que habrá información relevante en poco tiempo, emanada de oficinas de seguridad de Estados Unidos sobre las revelaciones de Zambada y allegados.
De hecho, los artículos publicados recientemente en el Washington Post y el New York Times expresan la gran preocupación estadounidense por la amenaza autoritaria que se cierne sobre la cabeza de México por la reforma judicial, la debilidad política y la radicalización de la Presidenta.
En esencia, la extrema incertidumbre política en México, junto con sus barruntos de inestabilidad económica y el creciente poderío de los criminales, se conjugan peligrosamente con la polarización interna estadounidense, la incertidumbre del resultado electoral del próximo martes y la casi certeza de que habrá un conflicto postelectoral grave en ese país.
El martes es un día de alta peligrosidad para América del Norte. Por la elección estadounidense y por la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre la reforma judicial en México. La amenaza de violencia armada en ambos lados de la frontera, el probable desacato de Trump al resultado electoral y desacato de Sheinbaum a la resolución de la Corte sobre la reforma judicial, crean, juntos, la tormenta perfecta para un fin de año en un ambiente de golpes de Estado, logrados o fracasados, en ambos lados de la frontera.
Todo va a depender del calibre de los gobernantes para saber manejar con inteligencia y flexibilidad negociadora de cada lado, o llevar las cosas al extremo radicalizado para acabar en confrontaciones sin ganadores.
Así las cosas, estamos en tiempo de definiciones.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
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MAAZ