“Lo sé, es un horror. Por nosotros, ni siquiera estaríamos aquí; aunque así es. Es igual que en los grandes cuentos, mi señor Frodo, los cuentos que eran importantes, estaban llenos de oscuridad y peligro, a veces uno no querría saber el fin, porque, ¿cómo podría ser un final feliz? ¿cómo podría ser el mundo como antes cuando han pasado tantas cosas malas? Pero al final, las sombras sólo son transitorias, aún la oscuridad debe terminar. Vendrá un nuevo día, cuando el sol brille iluminará hasta la claridad. Esos eran los cuentos que permanecían, que tenían significado, aunque fuera demasiado pequeño para entender por qué. Pero, mi señor Frodo, creo que sí lo entiendo, ahora lo sé, porque la gente en ellos tuvo ocasión de dar la vuelta y nunca lo hizo, siguió caminando porque tenía algo de lo cual aferrarse.”
En la novela Las Dos Torres, segundo volumen de la trilogía El Señor de los Anillos, publicada por J.R.R. Tolkien en 1954, Frodo es un hobbit encargado de transportar el anillo del título para su destrucción en el Monte del Destino, acabando así con el poder de Sauron, el Señor Oscuro, cuyos ejércitos amenazan con consumir la totalidad del mundo conocido, y el discurso citado anteriormente es la respuesta que da Samwise Gamgee, compañero de viaje y amigo de Frodo, cuando éste le dice que ya no puede más.
Una contrapartida interesante es la frase que pronuncia Ramsay Bolton en la serie Game of Thrones, inspirada en la saga de fantasía épica A Song of Ice and Fire, publicada por George R.R. Martin desde 1994. Ramsay, un villano sádico y con claros rasgos psicópatas, se dedica a torturar por diversión a uno de sus prisioneros, y cuando éste busca, desesperadamente, alguna forma de negociar un fin a su tormento, el antagonista responde: “Si crees que esto tiene un final feliz, no has estado poniendo atención”.
Estas dos citas reflejan posturas radicalmente distintas ante la adversidad: por un lado, está la esperanza, a veces irracional pero no por ello menos convincente, de que el momento más oscuro de la noche siempre antecede al alba; por el otro, el nihilismo de creer, como los antiguos mexicas, que acaso habría un día en que el sol se pusiera para no salir jamás.
La historia de nuestra civilización se encuentra plagada de largas noches como ésta. Tras el resplandor de la Antigüedad Clásica —resplandor un tanto desigual, por cierto (pregúntese a los esclavos)—, cayó la noche del Medioevo. En muchas zonas de Europa, los habitantes abandonaron la civilización y el refinamiento de los años romanos para sumergirse en un salvajismo sórdido y brutal. Los grandes monumentos imperiales eran desmontados, sus piedras utilizadas para erigir chozas toscas, pero más necesarias para sobrevivir que las gloriosas murallas y foros de antaño. Preservar el pasado, garantizar el futuro, no eran prioridad; la única directiva era sobrevivir el presente. No había esperanzas de un nuevo amanecer ni de un final feliz.
En contrapartida, alejados del mundo terrenal, los monjes en sus celdas dedicaban sus años a copiar, minuciosa y obsesivamente, los textos de la Antigüedad, textos escritos para tiempos más civilizados y gentiles, inútiles para una vida descrita por Hobbes como “cruel, brutal y corta,” pero con la esperanza un futuro incierto donde volviera la civilidad y la delicadeza a la cultura humana.
Al final fueron los monjes y no los aldeanos quienes tuvieron la razón. Llegó un nuevo amanecer, y la obra a la que habían dedicado su vida encontró un nuevo uso para reedificar la civilización. En este caso, al menos, fue más sabio el optimismo ciego de Samwise que el nihilismo brutal de Ramsay.
El presente nos coloca en la misma encrucijada. El populismo, la ira y la irracionalidad de nuestros tiempos han arrojado un velo oscuro sobre la raza humana. Nos corresponde elegir si creer en un nuevo amanecer, si preservar lo que las fuerzas de la sinrazón hoy buscan destruir, o rendirnos ante lo aparentemente inevitable, jalar el agua para nuestros respectivos molinos y desmontar el pasado piedra por piedra. Quizás habrá un nuevo amanecer, uno que yo, entrado en años como estoy, probablemente no llegaré a ver, pero que quizá muchos de mis lectores sí alcanzarán a contemplar. De ustedes depende, entonces, decantarse entre Samwise y Ramsay, y vivir con las consecuencias de esta elección.
POR MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
PAL