Una conjunción de factores nacionales e internacionales pone a México en el centro de una tormenta constituida sobre todo por la combinación de dos factores que a su vez resumen muchos problemas de fondo: demosclerosis y anocracia.
Cada uno de ellos tiene causas y efectos definidos y podrían ser el eje de crisis en cualquier país. Su combinación es formidable y son un reto para México y su sistema cuando se prepara a enfrentar la tormenta Donald Trump.
¿Pero qué son? No son conceptos muy conocidos y tampoco manejados con frecuencia en México, pero ahora sus efectos, sino sus nombres, se convierten en familiares.
Demosclerosis se refiere a la progresiva incapacidad del gobierno para adaptarse, en parte debido a la creciente maraña de intereses que debe satisfacer. Y en el caso mexicano, están los compromisos que sumó una nueva clase gobernante que tiene raíces, pero no es necesariamente mejor que la marginada después de 2018.
La anocracia, por su parte, es definida más vagamente, pero es una mezcla de democracia y dictadura, un régimen que al menos de acuerdo con una definición “permite algunos medios de participación a través del comportamiento de algunos grupos de oposición, pero tiene un desarrollo incompleto de mecanismos para resolver problemas”.
Pero esa participación parece ahora más limitada que hace seis o siete años gracias a la acción de esa nueva clase que parece atenta a los cantos de sirena del autoritarismo, como paliativo para una realidad que no responde a los márgenes ideológicos que dejó el fundador y líder del partido ni a las capacidades reales del Estado.
Peor aún, hay ahora responsabilidades a satisfacer, impuestas tal vez con buena voluntad y quizá con un interés político clientelar, que, sin embargo, dejan al actual gobierno ante una complicada situación de más compromisos que recursos y muy estrechos márgenes de maniobra ante lealtades competitivas en la coalición gobernante.
Y si se agregan los reportes por la imagen de violencia criminal en el país, que sectores del partido oficial parecen ignorar deliberadamente, la situación se complica en lo interno.
Paralelamente, el gobierno de Claudia Sheinbaum debe atender ahora a presiones externas derivadas de cambios heredados, que si bien parecen apuntalar al régimen interno, cambian las circunstancias del país lo suficiente para preocupar a sus socios comerciales y de inversión.
A partir del próximo enero el gobierno mexicano deberá verse frente a una realidad en que se hará sentir su falta de aliados sólidos en los países que por comercio, inversión y geopolítica interesan más a México, en especial Estados Unidos, que no solo ha sido históricamente su principal mercado y fuente de inversiones sino también una válvula de escape para presiones socioeconómicas a través de la migración.
La inminente llegada de Trump y sus políticas nativistas a la Casa Blanca pueden complicar más la situación.