El lunes, Rusia votó en contra de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que llamaba a un alto el fuego y a la protección de los civiles en Sudán. El texto, elaborado por el Reino Unido y Sierra Leona, recibió 14 votos a favor, pero no pudo aprobarse por el veto ruso. El ministro de Asuntos Exteriores británico, David Lammy, exclamaba que: “Un país impidió que el Consejo hablara con una sola voz (…). Rusia está mostrando una vez más al mundo cuál es su verdadera cara”. Añadió que es una “vergüenza para Putin por pretender ser un socio del Sur Global mientras condena a los africanos a sufrir (…)”.No sólo las palabras de Lammy traducen nítidamente la hipocresía y el doble rasero occidentales; también son infundadas: la Rusia del presidente Vladimir Putin no es precisamente un socio del sur global. El mejor y más reciente ejemplo es su actuación en torno al genocidio enGaza.
Después del ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre, analistas y medios de comunicación occidentales promovieron la idea de una estrategia rusa antiisraelí, en medio de informes no confirmados sobre la asistencia militar y de inteligencia de Moscú a Hamás y Hezbolá. Para efectos prácticos, Moscú ha adoptado una estrategia de apaciguamiento en respuesta al comportamiento regional agresivo de Israel. Se ha limitado a criticar públicamente, a Israel y a lanzar advertencias, a pesar de que Irán suministra armas a Rusia para apoyar sus acciones contra Ucrania, y de que los últimos ataques israelíes destruyeron los sistemas de defensa aérea rusos S-300 de Irán. Además, el hecho de que Israel no se haya sumado a las sanciones contra Rusia y que no haya suministrado (al menos oficialmente) armas a Ucrania, permite a Moscú actuar como parte neutral entre palestinos e israelíes.
Tampoco, por cierto, existe un supuesto eje “China-Rusia”. La guerra en Gaza es una llamada de atención de que China y Rusia no son aliados de Teherán ni de grupos alineados como el Hezbolá. Rusia y China buscan contrarrestar la influencia estadounidense en la región, pero no comparten una visión ideológica, ni preferencias por una estrategia en el plano global ni del Medio Oriente. Los intercambios comerciales de ambas potencias con Israel son muy significativos.
Por último, Putin y el próximo presidente estadounidense, Donald Trump, han estado en buena sintonía en el pasado; el contraste es notable bajo la administración del presidente Joe Biden: éste habría autorizado a Ucrania a atacar suelo ruso con sus misiles de largo alcance, lo que llevó a Putin a firmar el martes un decreto que amplía las posibilidades de usar armas nucleares en Ucrania. Para algunos observadores, que Trump y Putin señalarán estos días su disposición a retomar la comunicación, detendrá esa escalada. Para sudaneses y palestinos (y libaneses), es pésimo augurio.
POR MARTHA TAWIL
PAL