A tres semanas de que acabe su tiempo como gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro retoma una de sus viejas propuestas y amaga con salirse del pacto fiscal para que el gobierno local maneje su propia recaudación. Además de restregarle a su sucesor de que él seguirá tras el trono (impuso al secretario de Gobierno, al jefe de gabinete y los legisladores emecistas son alfaristas), busca pelea para dejar abierto su eventual regreso a la política nacional. La Presidenta lo baja de su banquito: “Hay que ver qué dice el nuevo gobernador”. La última bravuconada propagandística de Alfaro fracasa, como suelen fracasar sus bravatas, ocurrencias y contradicciones.
Se prometió a sí mismo que nadie lo doblaría y hasta se peleó con el presidente más querido; pero apenas pisó Palacio Nacional, se dobló. También dijo que no endeudaría a Jalisco; seis años después dejará una deuda pública 63% más de la que recibió. Pretendió promulgar una nueva Constitución y formar una pandilla de gobernadores; pero lo único que consiguió fue que un intelectual de la derecha, previo pago, lo nombrara el nuevo Mariano Otero. Les juró y perjuró a los jaliscienses que, si se encerraban en sus casas durante cinco días, acabarían con el Covid-19. Luego se sumó a la disparata idea de Salomón Chertorivski de que, en ocho semanas, erradicarían la pandemia.
Dijo que apoyaría a las familias de los desaparecidos, pero sólo las reprimió y las recibió cuando quiso. Planteó la refundación de Jalisco, lo que nunca dijo fue que sería a fuerza de los cárteles inmobiliarios. Ofreció un futuro seguro para los jóvenes, pero agentes de la fiscalía estatal aprehendieron, golpearon, torturaron y desaparecieron a decenas de chicos cuando se manifestaron por el homicidio de Giovanni López, a manos de la policía municipal. Para no responsabilizarse, Alfaro acusó que el crimen organizado tenía infiltrada a la fiscalía. Auguró que acabaría con la corrupción, pero son de dominio público los malos manejos en la asignación de contratos de obra y compras públicas.
Dijo que era tolerante a la crítica, pero se dedicó a desmovilizar a las organizaciones civiles, a ningunear a la oposición y a la academia. Hacia afuera vendió la idea de respetar la libertad de expresión; hacia dentro se dedicó a denostar a periodistas, a chantajear o a asfixiar a los medios con contratos de publicidad, y a pastorear al periodismo corrupto a través de sus entonces publicistas, con quienes Alfaro terminó peleado porque “secuestraron la vida interna” de MC.
Quiso que su amigo repitiera como alcalde de Guadalajara, pero al tipo lo amenazó uno de los poderes fácticos del estado y se bajó de la contienda. Quiso imponer a su sucesor; tampoco pudo, incluso se peleó con el dueño de la franquicia MC. Eso sí: conservó la gubernatura con ayuda de las trampas y se apoderó a la mala del Sistema Anticorrupción, de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, del Consejo de la Judicatura y de las Magistraturas del Poder Judicial.
Ahora migra a España para ver si en la escuela de entrenadores del Real Madrid repara al futbolista fracasado que lleva dentro.
POR ALEJANDRO ALMAZÁN
COLABORADOR
@ELALEXALMAZAN
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