“Escuchen. Dejen que los guíe en un viaje hacia los confines de la imaginación. Dejen que les cuente una historia…” Así el contador de historias narró: “El 18 de abril de 1996, Israel llevó a cabo una horrible masacre cerca de Qana, un pueblo del sur del Líbano, entonces ocupado por Israel, donde el ejército israelí bombardeó un complejo de las Naciones Unidas, que albergaba a más de 800 civiles libaneses, matando al menos a 106 de ellos.
Un informe posterior de Amnistía Internacional concluyó que las fuerzas israelíes atacaron intencionalmente el complejo de la ONU. La masacre de Qana fue aclamada por Israel como la “Operación Uvas de la Ira”, en referencia a la novela del escritor estadounidense John Steinbeck…”
Bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo, Israel sigue actuando con impunidad en la región, envalentonado por el apoyo incondicional de Estados Unidos y el incesante flujo de armas.
En el momento en el que escribimos estas líneas, conforme con el Ministerio de Salud Pública libanés, las cifras desde el inicio de la invasión israelí ascienden a 3,442 muertos y 14,597 heridos. Israel está ensanchando su invasión. “Nunca más los judíos se esconderán de los monstruos”, anunció Netanyahu hace alguna semanas.
La estrategia de Israel apuesta por la doctrina del castigo colectivo. Nuevamente, un crimen de guerra tipificado por el derecho internacional, pero a estas alturas a quién le importa esto ya. Todos los días a los civiles se les ordenan desplazamientos o confinamientos; la amenaza es muy simple, si no cumplen estas “simples instrucciones” serán tratados como combatientes enemigos. Se están siguiendo las mismas estrategias que en Gaza.
Las exigencias de evacuación de la población libanesa a “lugares seguros”, con la promesa de Netanyahu (al-jarrat) de que podrán regresar a sus hogares cuando se haya destruido a Hezbolá es algo difícil de creer, tras un año de genocidio y la cruenta destrucción en la Franja, en donde, por cierto, no se ha logrado eliminar a Hamás, y sí pulverizado toda la infraestructura civil, esto es un embuste.
Concluyó al-hakawatí: “¡Qué extraño! Tenemos miedos profundos y terribles ante la catástrofe en curso; son persistentes sobre nosotros mismos, sobre los lugares que amamos… ¿Cómo es posible que nadie vea cuán asustados estamos? ¿Es algo que todos nos ocultamos unos a otros, por consentimiento mutuo? ¿O compartimos el mismo secreto sin saberlo?
El mundo se ha vuelto más confuso, lleno de gentes y nombres que desdibujan sus contornos, los mapas no se leen del mismo modo. Ahora que la imagen ocupa el lugar del relato, apenas hay espacio para la imaginación. Hay estrellas muertas que aún brillan porque su luz está atrapada en el tiempo. ¿Dónde poder situarnos para que esa luz nunca se extinga?
Todo lo que podamos creer es una imagen de la verdad…
POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
@DIEGOLGPN
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