COLUMNA INVITADA

La caída del centro político

En la primera década de este siglo empezó a ser atacado desde las izquierdas y derechas como mecanismo para diferenciarse y ganar votos

OPINIÓN

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Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México
Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Créditos: El Heraldo de México

Esta semana ocurrió una conmemoración que en México se conoce poco y se valora menos: el fin de la Primera Guerra Mundial, que en diversos países se fue convirtiendo, de forma más amplia, en el día para honrar a quienes han dado la vida en defensa de la democracia y la libertad durante los muchos conflictos y frente a los variados autoritarismos que azolaron el siglo XX.

La efeméride es relevante para los tiempos que vivimos, porque en el fondo es una celebración de –primero en Occidente y poco a poco en el resto del mundo– la derrota de los populismos de todo signo ideológico, y el inicio del llamado consenso liberal-democrático internacional: por mucho, el periodo de mayor paz, prosperidad y bienestar que la humanidad ha conocido.

Esta etapa se caracterizó por un elemento clave: el “centro político”. Ese espacio donde derechas e izquierdas –o cualquier otra tendencia– están dispuestas a cohabitar sin pretender aniquilarse, tomar decisiones de política pública basadas en evidencia por encima de dogmas, negociar, resolver diferencias, e incluso construir proyectos conjuntos y duraderos.

El avance en los derechos de las mujeres, igual que la expansión de los derechos humanos en general; la Unión Europea lo mismo que nuestro TLCAN (hoy T-MEC); desde la creación de los modernos estados de bienestar (educación, salud, seguridad social, etc.), hasta las acciones globales en favor del medio ambiente, son sólo algunos logros de este periodo, construidos en ese “centro”.

Sin embargo, en la primera década de este siglo el consenso democrático-liberal cayó en un gran desprestigio, tanto por razones entendibles (p.ej., la desigualdad creciente, pese al desarrollo) como por la franca indolencia de muchas personas que dieron por hecho las libertades y estándares de vida alcanzados, olvidando cómo se construyeron. El centro político empezó entonces a ser atacado desde las izquierdas y derechas como mecanismo para diferenciarse y ganar votos, en una dinámica donde la estridencia, ya no la estabilidad, comenzó a ser de nuevo redituable electoralmente.

En el polo izquierdo, la ideología “woke” convirtió causas justas, como los derechos de las minorías, en nuevas formas de segregación absurdas y opresivas; las derechas usaron preocupaciones genuinas, como la migración, para inflamar los peores prejuicios. No obstante, esos extremos tienen coincidencias fundamentales: dividir permanente a la sociedad como medio de control; destruir las instituciones democráticas para centralizar el poder; inventar enemigos para poder culpar a alguien o algo de sus fallas; el desprecio a la ciencia en favor de las pasiones mayoritarias; ofrecer soluciones simples pero inviables. Y en última instancia, la represión de las disidencias.

Por ello, regímenes como los de Rusia, Turquía, México o la próxima administración en Estados Unidos, pese a sus enormes diferencias, se entienden y respaldan mutuamente. Muchos de sus intereses chocan, pero se impone la necesidad común de combatir el modelo liberal-democrático, cuyas leyes, instituciones y sobre todo sus valores son una amenaza para su supervivencia.

De ahí que, en el reacomodo no sólo nacional sino global en que estamos entrando, más que la tradicional lucha entre izquierdas y derechas se trate de una batalla entre liberalismo y autoritarismo. Para el primero, su mayor virtud es a la vez su debilidad: la estabilidad, la técnica, los consensos, todo eso que hace funcionar al “centro” no es atractivo mediáticamente ni hace buenos memes, no inspira movilizaciones de apoyo masivo ni es la materia narrativa de la que están hechas las épicas; como sí lo es la radicalidad, el chantaje emocional, el victimismo, las promesas de venganza y demás rasgos de los populismos.

He insistido en que los autoritarismos no son viables en el largo plazo, porque tarde o temprano sus extravagancias chocan con las realidades, como las económicas; pero esos ajustes serán necesariamente lentos y dolorosos. Entre tanto, uno de los retos del bloque democrático-liberal es reivindicar y contar su propia historia de forma inspiradora, en lugar de mimetizarse con el discurso y las ocurrencias del populismo, como las oposiciones en México siguen torpemente intentando.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE

COLABORADOR

@GUILLERMOLERDO

PAL

 

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