El pasado 8 de noviembre celebramos por segunda vez en la Ciudad de México el Foro América Libre (FAL), consolidándolo como una iniciativa clave en nuestra lucha contra las dictaduras en América Latina. Este foro se posiciona como un contrapeso visible frente a la alianza autoritaria de izquierdas, conformada por el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla y los regímenes autoritarios asociados a ellos, dentro y fuera de América.
Este espacio reúne a más de 70 organizaciones, ONG, think tanks, fundaciones políticas de más de 25 países, líderes políticos, expresidentes, líderes de opinión, académicos, artistas, activistas, centros de pensamiento y representantes de la sociedad civil, todos comprometidos con la defensa de los derechos humanos y la promoción de la democracia en la región. Entre nuestros principales objetivos está visibilizar los abusos de los regímenes autoritarios y apoyar a las víctimas de la represión.
Nuestro trabajo en el FAL resulta especialmente relevante hoy en día, cuando el autoritarismo resurge en distintos puntos del continente y amenaza con expandirse si no tomamos acciones contundentes para detenerlo. Debemos tener muy claro que la defensa de la libertad es una obligación ética hacia las generaciones presentes y futuras. Cada vez que una dictadura controla y restringe las libertades de sus ciudadanos sin oposición, se abre la puerta para que otros regímenes autoritarios sigan su ejemplo.
El autoritarismo representa una amenaza significativa para la libertad individual y colectiva en cualquier sociedad. El poder se concentra en manos de una autoridad única o de un pequeño grupo, suprimiendo la participación democrática y restringiendo derechos fundamentales, como la libertad de expresión, el derecho a la información y la autonomía personal. A medida que el autoritarismo avanza, la libertad desaparece, y los ciudadanos se enfrentan a un ambiente de control y represión.
Encontramos ejemplos de regímenes autoritarios en varias regiones del mundo. En Venezuela, Maduro ejerce un control férreo sobre las instituciones estatales, sofocando a la oposición y limitando los derechos de los ciudadanos. La manipulación electoral, el acoso a medios independientes y la criminalización de la disidencia son algunas de las tácticas empleadas para consolidar el poder. En Cuba, el sistema de partido único ha perpetuado un régimen que reprime sistemáticamente a quienes disienten, restringiendo libertades civiles y políticas y limitando drásticamente la expresión pública y la posibilidad de cambio democrático.
En Nicaragua, el dictador Daniel Ortega ha implementado medidas similares, encarcelando a figuras de la oposición y socavando las libertades civiles. Estos ejemplos ilustran no solo los mecanismos del autoritarismo, sino también las graves consecuencias para las sociedades que sufren bajo tales regímenes: un profundo debilitamiento del Estado de derecho y un deterioro en las condiciones de vida de la población.
En los regímenes autoritarios, la pérdida de libertad se evidencia en múltiples aspectos de la vida cotidiana, pues el Estado toma decisiones fundamentales que reemplazan la voluntad de los ciudadanos. Podemos observar la restricción de la movilidad, el control de los contenidos educativos para evitar el pensamiento crítico, la censura de los medios de comunicación al permitirse solo la narrativa oficial, la imposición de restricciones religiosas y culturales que limitan la libertad de culto, y el control de internet, donde se bloquean plataformas y sitios web que podrían fomentar la disidencia. En todos estos casos, la autoridad impone sus decisiones, restringiendo nuestro derecho a informarnos, expresarnos y vivir con autonomía.
En estos regímenes, los presos políticos —encarcelados únicamente por expresar opiniones contrarias al poder— son innumerables. Esta censura sistemática genera un clima profundo de miedo y desconfianza, en el que los ciudadanos se ven obligados a autocensurarse por temor a represalias. La libertad no es solo un derecho fundamental, sino una condición esencial para nuestro desarrollo humano y social. Su pérdida implica una grave reducción de la dignidad humana y limita profundamente el potencial de las personas y las comunidades para avanzar hacia un futuro más justo y equitativo.
Ante esta situación, resulta fundamental que resguardemos la libertad, ya que la historia demuestra que los países que han luchado por sus derechos han logrado derribar regímenes autoritarios. Protegerla no solo implica asegurar nuestro derecho a la expresión y a la participación política, sino también preservar la pluralidad de ideas y fomentar un entorno en el que todos podamos alcanzar nuestro máximo potencial. En un continente donde los regímenes autoritarios buscan imponerse, el FAL es una luz de esperanza.
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POR MARIANA GÓMEZ DEL CAMPO
Presidenta de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA)
MAAZ