Todavía no es oficial, pero es probable que los republicanos obtengan mayoría también en la Cámara de Representantes. De ser así, tanto en Estados Unidos como en México habrá gobiernos unificados, es decir, en los que el partido que controla el Poder Ejecutivo controle a su vez el Legislativo. Con el añadido de que allá el Poder Judicial ha sido crecientemente colonizado por el conservadurismo, mientras que acá –reforma judicial mediante– lo será a su vez por el obradorismo.
Pero el partido de Trump no ganó mayorías constitucionales como las que ganaron Morena y sus aliados; el espacio de la sociedad civil al norte de la frontera tiene más tradición, recursos y arraigo que al sur; y el federalismo estadounidense es mucho más fuerte que su maltrecho equivalente mexicano. A pesar de esas y otras diferencias, desde la perspectiva de la teoría clásica de la separación de poderes, lo cierto es que las de Trump y Sheinbaum serán mayorías sin contrapesos.
¿Cómo impactará esa configuración de política doméstica en la relación bilateral? ¿Cuáles pueden ser sus implicaciones en términos de la “dependencia asimétrica” entre ambos países? ¿Qué oportunidades y desafíos representa para cada uno frente a su contraparte? Son preguntas amplias, complicadas, con múltiples aristas y carambolas, en las que habrá que pensar larga y duramente. Apunto apenas un par de respuestas al vuelo.
La falta de mayorías legislativas y la independencia judicial eran argumentos de los que podía echar mano el gobierno mexicano ante ciertas demandas de Estados Unidos. Eran límites internos que servían, sin embargo, para fortalecer la posición negociadora de México con el exterior. Ya no. El poder que concentra la coalición obradorista vuelve poco creíble ese recurso. La disciplina de sus bancadas, la derrota del Poder Judicial y la facilidad con la que han podido reformar la Constitución mandan una señal inequívoca en ese sentido.
Por los temas que impulsó durante su campaña, Trump puede alegar que tiene un mandato popular a propósito de México: deportar indocumentados, endurecer el control fronterizo, atacar a las organizaciones criminales que trafican fentanilo, imponer aranceles, etcétera. Y tiene mucho poder para hacer efectivo dicho mandato. Sheinbaum no puede hacer lo propio porque, a decir verdad, ella nunca ha tenido una agenda estadounidense. Él hizo sus propuestas, ganó y pasará rápidamente a la ofensiva respecto a México; ella evitó hablar de él, ganó pero sigue oscilando entre la negación y el control de daños respecto a Trump.
¿Qué hará la mayoría de Sheinbaum cuando Estados Unidos le exija políticas más agresivas de control migratorio o en contra del narco? ¿Cómo aprovechará la mayoría de Trump las potenciales violaciones al TMEC en las que ha incurrido México? Si hay coincidencias, quizá esos apoyos mayoritarios faciliten la concordia; si no las hay, quizá terminen escalando la confrontación.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@CARLOSBRAVOREG
EEZ