Hace algunos días falleció el dominico peruano Gustavo Gutiérrez, quien ha sido considerado como uno de los padres intelectuales de la teología de la liberación, la cual provocó un amplio debate al interior de la Iglesia católica durante las últimas décadas del siglo XX.
Algunos de los promotores de la teología de la liberación hicieron una interpretación del Evangelio en clave marxista. El reino de Dios es histórico, no solamente sobrenatural. La lucha de clases es ley estructural fundamental y el motor de la historia humana. La liberación se realiza en el tiempo y en el espacio. Se debe crear un “hombre nuevo” a partir de un cambio de estructuras: la supresión de la opresión ocurrirá mediante la acción política.
La teología de la liberación sedujo a muchos católicos después del Concilio Vaticano II. Frente a las dramáticas y miserables condiciones sociales en muchos países, muchos vieron en estas enseñanzas una alternativa. No fueron pocos los que pretendieron una conciliación entre marxismo y cristianismo.
La respuesta de Roma no tardó en llegar. En sendos documentos a mediados de los años ochenta, el cardenal Joseph Ratzinger, en tanto que Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo dejó claro: la redención humana no puede reducirse a un proceso meramente político. Las estructuras sociales y económicas no son causas sino consecuencias de la acción del hombre. Desde una perspectiva cristiana, la raíz del mal reside en las personas libres que deben ser convertidas por la gracia de Jesucristo “para vivir y actuar como criaturas nuevas, en el amor al prójimo, la búsqueda eficaz de la justicia, del dominio de sí y del ejercicio de las virtudes.”
Ratzinger considera que esta verdad cristiana existe fuera del Estado, por lo que lo limita y sitúa en su justa dimensión. El Estado no constituye la totalidad de la existencia humana ni abarca toda la esperanza humana. Convertir al reino de Dios en un producto de la política es una mitología. Y esta esperanza mítica del paraíso inmanente y autárquico sólo puede conducir al hombre a la frustración.
De este fecundo debate emergió una síntesis que se refleja en el magisterio social de la Iglesia, expresado en las encíclicas de Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco.
A pesar de que su figura ha sido instrumentalizada por izquierdistas y revolucionarios, lo cierto es que Gustavo Gutiérrez nunca se reveló contra la jerarquía eclesial e incluso marcó distancias con los intérpretes más radicales de sus enseñanzas, como Frei Betto, Leonardo Boff o Hans Küng.
Hoy, de su figura y su legado puede desprenderse una nueva preocupación por la justicia y la dignidad humana, la dimensión social del compromiso cristiano y la opción preferencial por los más pobres.
POR FERNANDO RODRÍGUEZ DOVAL
POLITÓLOGO
@FERDOVAL
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