COLUMNA INVITADA

Donald Trump o los renglones torcidos de Dios

Trump es escurridizo y desconcertante, su cara de luna solo nos deja claro que hay otra que no podemos ver: La cara de lo obscuro

OPINIÓN

·
Diego Latorre / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México
Diego Latorre / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Su perfil se repite como un icono, como el de Hitchcock. Parece que los ilustradores y los fotógrafos están hipnotizados por ese peinado al estilo “queso Oaxaca” que termina en copete largo.

Trump es escurridizo y desconcertante, su cara de luna solo nos deja claro que hay otra que no podemos ver: La cara de lo obscuro.

Su perfil muestra sus rasgos más característicos y reveladores: una esencia perturbadora que recuerda a aquello que explicaba Platón cuando comparaba la pintura imitativa con la magia: solo puede producir fantasmas; y agregaríamos que, despierta un sentimiento de sospecha, de mal agüero; Trump es un evocador de escenarios lúgubres y narrador de relatos siniestros, y quizá aquí reside la inquietud planetaria: Trump parece más bien el doble de un presidente convencional, el doble malvado de la persona que se espera que sea quien se sienta en el despacho oval.

Su voz está cargada con el poder de la extrañeza. La misma que se despierta ante la improbable pero rotunda imagen de Donald Trump: Aquello que nos asusta, un halo de irregularidad, zozobra; es una rareza que se sale de la norma, una distorsión que hace saltar la onda de un patrón. Como un personaje que recita un papel que es de otra obra. Una alteración que difumina los límites entre la ficción y la realidad.

Trump no se comporta como los demás. Esa es, en parte, la razón de su éxito pero también la raíz del desasosiego. Firma órdenes ejecutivas como si sacara galletitas del horno. Elige a jueces de la Suprema Corte con la parafernalia de un reality show. Estrecha la mano con la tenacidad del bully de pueblo.

Es uno y lo contrario al mismo tiempo: Millonario y héroe del obrero desengañado; empresario en una torre dorada que no ha perdido la punzada ominosa del adolescente de Queens. Su retórica se aparta de la norma presidencial. Se sostiene en monosílabos recurrentes: ¡first, fake, sad!, ¡right, great, look!

Su lenguaje parece desmañado y casual, pero no lo es. Sabe lo que hace cuando apela a la segunda persona, cuando deja la frase sin acabar para que la termine el espectador, cuando dispara una palabra como un puñetazo antes del punto final, cuando reniega de la subordinación. Huye de la sofisticación lingüística del político convencional.

Esa aparente simplicidad en su discurso está también en su perfil. Trump es como aquella señora de la que hablaba Chesterton: “la imaginamos siempre de perfil, como el filo de un puñal”. Y el filo corta la realidad, convirtiéndose en el doble distorsionado y sin la solemnidad del hombre más poderoso del mundo. El doble que, según Freud, sería un objeto de terror.

Nadie mejor que Stephen King para describir el miedo que Trump produce: “el peor tipo de miedo es cuando llegas a casa y te das cuenta de que todo lo que tienes ha sido reemplazado por una copia exacta. Pero distinta”.

POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
@DIEGOLGPN

EEZ