RADAR DE LIBROS

Vivir peor que nuestros padres

El de Palomeque es un ensayo que se ubica en la trinchera millenial de la fractura generacional

OPINIÓN

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Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de México
Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Los boomers les llaman, con desdén, “generación de cristal”; pero los millennials tienen otro término con el cual describir su experiencia generacional: precariedad. Entre los primeros (nacidos más o menos entre 1946 y 1964) menudean los reproches contra los segundos (nacidos, aproximadamente, entre 1981 y 1996): los perciben como endebles, resentidos, impacientes, quejumbrosos e incapaces de lidiar con la adversidad. Aunque entre los segundos también abundan las reclamaciones contra los primeros: por irresponsables, frívolos, inconscientes, privilegiados e intolerantes. 

Vistos desde lejos los conflictos entre generaciones no tienen, ciertamente, nada de especial. Son tan viejos y comunes como las guerras o la lucha de clases. Además de que suelen prestarse a muchos estereotipos y estigmatizaciones que los vuelven predecibles y hasta tediosos. Pero su drama, cuando se ve de cerca (o quizá debería escribir, mejor, cuando se vive desde dentro), es muy real. Basta con entender las motivaciones que los provocan, reconocer las pasiones que los agitan –incluso si uno no tiene gallo en esa pelea– para encontrarlos fascinantes.

Vivir peor que nuestros padres (Anagrama 2023), es un ensayo que se ubica en la trinchera millenial de esa fractura generacional. Azahara Palomeque (El Sur, 1986) describe la trayectoria de esos jóvenes que comienzan a ser adultos pero cuya experiencia vital está saturada de inestabilidad e incertidumbre: “Somos la generación más estéril y mejor preparada de la historia, coleccionista primero de expectativas y luego de frustraciones, que habita viviendas prestadas o se desuella la carne en alquileres abusivos, eternamente infantilizada aunque ya peinemos canas”. 

Lo que me pareció más interesante del argumento de la autora no es el balance de los agravios, bien conocidos, del neoliberalismo hasta la crisis climática, de la cultura del cortoplacismo hasta la epidemia de padecimientos relacionados con la salud mental. Lo más interesante, para mí, es la ambigüedad de su posición respecto a la idea del progreso, que por un lado es melancólica pues lo echa en falta, pero por el otro es crítica porque reconoce su carácter engañoso. Envidia a quienes tenían a ese dios para rezarle, pero los resiente porque su religión resultó ser muy destructiva.

Más aún, hay un gesto de conmovedora originalidad en la manera que Palomeque negocia ese duelo y ese rencor a partir, paradójicamente, no de una ruptura catártica con los boomers sino de un rescate afectivo del vínculo filial: “somos el malestar de habitar un universo diametralmente opuesto al que nos habían prometido, la contradicción entre el amor que sentimos por quien nos hizo esas promesas y el resquemor que hacia los mismos proyectamos debido a sus mentiras, nunca intencionadas”. Al final, no se trata de ahondar ni de hacer estallar la fractura generacional, sino de trascenderla. 

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

MAAZ