COLUMNA INVITADA

El Estado como coreógrafo y caja registradora

Controla los presupuestos más grandes de la historia; pero se trata de un dinero que el país no genera por sí mismo y que se agota con rapidez

OPINIÓN

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Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México
Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Créditos: El Heraldo de México

El Estado mexicano que nació del lopezobradorismo es a la vez el más centralizado y el más débil que hemos conocido. Su gobierno cuenta con un respaldo popular y una legitimidad sin precedentes en tiempos modernos, que depende más de revivir los agravios ajenos del pasado que de concretar éxitos propios en el presente.

Ha logrado concentrar el poder como no se veía en décadas: controla la presidencia, 24 de 32 estados y cuenta con mayorías legislativas; se ha adueñado o está por desaparecer todo contrapeso o fuerza independiente que lo limite, desde el INE hasta la Suprema Corte, pasando por el INAI y el resto de los organismos autónomos.

Sin embargo, es menos capaz para satisfacer las necesidades de la población: los sistemas de salud y educación se han empobrecido; áreas estratégicas como la generación y transmisión de energía están rebasadas; incluso en asuntos vitales donde México había logrado ser ejemplo global, como la vacunación y la atención en desastres naturales, hoy a duras penas pueden ser medio paliados.

Controla los presupuestos más grandes de la historia; pero se trata de un dinero que el país no genera por sí mismo y que se agota con rapidez. Nos hemos endeudado como nunca para gastar en muchos caprichos absurdos y en algunos programas quizá nobles, como las pensiones, pero que en el mediano plazo serán inviables ante la falta de crecimiento económico, y no hay plan ni disposición para remediar esta situación.

Bajo el lopezobradorismo, el Estado es más presente pero menos eficiente, porque ha purgado al talento humano que lo sostenía en favor de ejércitos de aduladores mediocres e inexpertos que hoy ocupan cargos en toda la administración pública. Porque ha demolido las instituciones que le daban viabilidad técnica a los proyectos políticos, así como certidumbre jurídica a quienes querían apostar por México, y las sustituye con propaganda para mantener la ilusión de éxitos imaginarios.

El régimen obradorista, soberbio contra sus críticos; triunfalista en los discursos y en las plazas abarrotadas de simpatizantes; avasallante ante la oposición en los Congresos, en los hechos es aparato estatal ineficaz que fracasó en su encomienda central de garantizar la seguridad: gobierna cada vez menos territorio del país y domina cada vez menos funciones, que de forma creciente le arrebata el crimen organizado, desde el control de la economía hasta el arbitraje de las relaciones sociales.

Las únicas instituciones que funcionan son las encargadas de cobrar impuestos a las personas y sectores que los pagan, y las Fuerzas Armadas. A éstas últimas, se les ha desviado de su misión central que es la seguridad nacional e interior, en detrimento claro del país y de ellas mismas.

El Estado mexicano, en fin, es cada vez menos Estado y cada vez más se reduce a organizador de conferencias de prensa, coreógrafo de mítines políticos y a ser una enorme caja registradora para repartir recursos con sólo dos criterios en mente: enriquecer a su nueva élite empresarial y mantener razonablemente contentas o adormecidas a suficientes personas para seguir ganando elecciones.

Hace unos días, el Nobel de Economía fue otorgado a tres investigadores que han demostrado la importancia de las instituciones para la prosperidad, Acemoglu, Robisnon y Johnson. En el famoso libro de los primeros dos, “¿Por qué fracasan las naciones?”, distinguen entre instituciones inclusivas y extractivas: las que fomentan y las que limitan la libertad, la innovación y el talento.

El lopezobradorismo no sólo demolió las pocas instituciones inclusivas que habíamos creado, y resucitó las muchas extractivas que siempre han sido nuestro lastre. Además, estableció instituciones centradas en la propaganda y el espectáculo político, que en poco o nada sirven en lo sustantivo. Cuando se acabe el dinero y se desgaste la propaganda que sostienen la puesta en escena, ¿qué quedará? Resignación para unos y represión creciente para otros. Tristemente, para muchos más la farsa nunca caerá porque, como protagonistas, actores de reparto o simples extras, son parte de ese montaje en que se encuentran a gusto.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE 

COLABORADOR 

@GUILLERMOLERDO

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