No es difícil de entender el regreso al escaparate de los hermanos Menendez, protagonistas de uno de los casos judiciales más sonados de la historia hace ya unos años, entre finales de los 80 e inicios de los 90. Guapos, millonarios de Beverly Hills, crecidos en una familia que vivía de la farándula, con la pátina de glamour que esto conlleva, asesinaron a sus padres con una violencia desaforada, a escopetazos, antes de –aviso de spoiler que a estas alturas no lo será ya para casi nadie– enfrentar dos juicios que terminarían con ambos, Lyle y Erik, encerrados de por vida en la cárcel, donde siguen.
Más allá de lo evidente, el éxito y resurrección del caso tienen que ver con dos elementos que exploran muy bien, y de maneras muy distintas, una serie con actores y una película documental estrenadas por Netflix. El primer elemento es la violencia sexual. Cosa mucho menos normal en aquellos días, las defensas de los hermanos se concentraron en los presuntos casos de abuso cometido contra ambos por el padre, José, desde que eran muy pequeños, y lo hicieron con un lujo de detalles, una crudeza, que por momentos resulta de veras imposible de soportar incluso para los estómagos más curtidos en el “true crime”.
El segundo elemento es la ambigüedad. Si la mayoría de los crímenes de esta naturaleza son realmente un misterio imposible de resolver a cabalidad, en este caso hay una polarización nunca vista en las historias de asesinatos: oscila entre la certeza de que los hermanos son dos psicópatas sin alma que asesinaron a sus padres por dinero y unos maestros de la manipulación, y la contraria, defendida por muchos: que fueron, en efecto, víctimas de un monstruo, su padre, como pocas veces se han visto.
La serie, “Monstruos. La historia de Lyle Y Erick Menéndez”, que a ratos largos aguanta la etiqueta de virtuosa, nada en esa polarización con eficacia: pasas constantemente de la compasión al odio por los protagonistas en un ejercicio sutil de mirada múltiple, que pasa de un punto de vista al contrario sin que se le vean los hilos. Normal.
El equipo que la desarrolló es el de una saga que incluye “Dahmer”, la serie sobre el célebre asesino serial, y sus atributos ahí están: actuaciones magníficas, un uso esporádico y radical de la violencia gráfica, una fotografía al mismo tiempo esteticista y naturalista, una atmósfera general asfixiante y sórdida muy bien conseguida.
Más convencional, la película, bien contada, sólida, capaz igualmente de someterte a ese vaivén, tiene, aparte de un muy buen material de archivo, una gran virtud añadida: las voces de los hermanos hoy, desde la cárcel, luego de un largo silencio. Queda ahí la recomendación como para maratonear, con una recomendación añadida: intercalen lo más ñoño de, por ejemplo, el cine infantil. Para compensar.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPARAN09
MAAZ