Partiendo de los resultados de las encuestas, es concluyente que el país no sabe qué pensar del futuro. Como suele suceder con todo nuevo sexenio, quien ocupa la Primera Magistratura siempre empieza con números favorables. Es normal que una suerte de optimismo invada el estado de ánimo nacional. Todos quieren que nos vaya bien, como individuos, como familias y como país.
Expresa un estado de euforia y alegría de unos o una resignación pero deseando lo mejor por parte de otros. Y una gran masa en medio que no siente ni euforia ni resignación, sino simplemente el deseo de que todo vaya bien, y que se acaben las polémicas y los encontronazos políticos.
Los altos números de aprobación de la Presidenta son consistentes con lo ocurrido con los mandatarios anteriores, desde que se realizan las encuestas de satisfacción. No habría razón alguna para esperar otro resultado. Así empezó igual con Calderón, a pesar del cuestionamiento a sus números por parte de López Obrador.
Con números de aprobación muy altos, con Salinas ocurrió lo mismo, a pesar de los cuestionamientos a su elección. Hay muchos que tienen dudas sobre el resultado tan abultado de la Presidenta, pero no existe un movimiento anti fraude en el país. El conformismo no es señal de la falta de dudas o irritación, aunque sí es señal de cierta resignación.
Pero ocurre con las encuestas de aprobación presidencial de la actual mandataria lo que sucedía con AMLO. A pesar de que este tenía una alta aprobación, incluso hasta el final de su mandato, no sucedía lo mismo con las políticas públicas de su gobierno. Mientras un 55% aprobaba su gestión, un 55% desaprobaba su manejo de la seguridad pública, o el manejo de la economía, y siempre salió reprobado en los temas de salud pública y educación pública.
En cambio, es demasiado temprano para juzgar las políticas públicas de la Presidenta. Por lo pronto, tenemos su alta aprobación. Pero lo que sí se observa en las encuestas es que los retos que tiene son los mismos que tenía la administración pasada: inseguridad, economía desfalleciente, falta de medicinas y abandono escolar masivo, en los millones de ex educandos. Esas preocupaciones describen nítidamente el fracaso de la administración pasada de AMLO.
Los ojos de la sociedad están puestos en ver si realmente es capaz de atender exitosamente estos cuatro temas, aún entendiendo que no son los únicos. El abasto de energía eléctrica, la deuda de PEMEX, el déficit y endeudamiento del gobierno federal, la política verde, las relaciones con España, Estados Unidos y Canadá, las guerras en Medio Oriente y Ucrania, y el T-MEC son asuntos de primer orden que serán observados por quienes se ocupan de esos temas o que son directamente afectados por sus políticas e implicaciones.
La capacidad de resolver, o no, de la Presidenta empezará a verse en las próximas encuestas. Esas encuestas se observarán con mucho cuidado. Primero, qué sucederá con una Presidenta que no ha mostrado ser un sujeto político carismático ni necesariamente empática con los actores políticos. Ya se comenta la aspereza con la que trata los integrantes de su gabinete y otros actores menores de su corte. Lo que sufrirá en las encuestas es su popularidad, pues esas conductas ríspidas pueden no saberse en detalle, pero se perciben.
Otro aspecto que puede afectar la popularidad de la mandataria es hasta qué punto es percibida como una persona subordinada al ex Presidente. Una cosa es emanar del mismo partido y otra, muy diferente, es estar subordinada a sus ordenamientos e indicaciones.
Especialmente por el hecho de ser mujer, el rasero de su independencia será aún más cruel.
México vivió más de 70 años con el PRI, y con cada cambio de sexenio y de Presidente se impuso la necesidad de que el nuevo mandatario “matara” al anterior. Cada Presidente era visto como distinto, incluso contrario, al anterior. Ese hecho le permitió a cada nuevo mandatario refrescar el ambiente político nacional con nuevas caras en el gobierno y políticas distintas. Ese cambio sexenal permitió la evolución de políticas y enfoques diferentes.
El ex Presidente le impuso un cinturón de castidad a la Presidenta. Nombró más de la mitad del nuevo gabinete, forzando una doble lealtad que es augurio de futuros conflictos: fidelidad al anterior y supuestamente a la actual Presidenta. El Congreso está dirigido por leales a ambos y, quizá, con más lealtad al anterior Presidente que a la actual mandataria.
En las pugnas internas de Morena en el Congreso se han visto aislados e ineficaces los operadores de la Presidenta, y subordinados a los intereses de los operadores del ex Presidente, quienes aparentemente son mayoría.
Las recientes expresiones de la Presidenta de que no estaba enterada de ciertas propuestas hechas por legisladores revela que las cosas en el Congreso andan por otros lados, y no por la oficina presidencial. Incluso, existe la suposición de que la propuesta del diputado Manuel Espino sugiriendo la conveniencia de crear una comisión bicameral para negociar con los narcotraficantes tiene su origen en la oficina del ex Presidente.
Era un mensaje para averiguar la factibilidad de que un instrumento de ese orden pudiera servir para contrapesar y eventualmente anular la política de seguridad de la Presidenta.
Dentro del morenismo puro y duro ven a la propuesta de seguridad de García Harfuch como demasiado cercana a las políticas de seguridad de Calderón. Para atajar las críticas, la Presidenta advirtió que no se trataba de volver “a la guerra de Calderón”. Pero eso no eliminó las dudas y las suspicacias del ex Presidente sobre la presencia de García Harfuch en el gabinete de seguridad.
Por esa razón decidió que un ex panista de los tiempos de Calderón ofreciera una propuesta de paz al narcotráfico. Obviamente se está abriendo una brecha conceptual entre la política de diálogo con el narcotráfico (entiéndase un acuerdo político) y la política confrontacional con inteligencia de García Harfuch. Esa brecha es, al mismo tiempo, una discrepancia conceptual y política entre el ex Presidente y la Presidenta.
¿A dónde pararán las cosas dentro de la cúpula del poder? No es claro dónde terminarán estos procesos confrontacionales. Es demasiado temprano para saberlo. Pero es evidente que dentro de Morena los ejércitos se alistan para el combate. Y es evidente que el ex Presidente ejerce un poder real y efectivo, tanto dentro del gabinete como en el Congreso.
Esa situación prefigura un intento de maximato, pero muy distinto a lo operado por Elías Calles en su momento. Él tenía el poder político suficiente para quitar y nombrar presidentes. AMLO no goza de ese privilegio. Lo que sí tiene este ex Presidente es el manejo de elementos del gabinete, de la administración pública y del Congreso para poder sabotear las políticas públicas de la Presidenta con las que no está de acuerdo, como lo estamos presenciando con el caso de la seguridad pública.
Estas son las primeras escaramuzas de un gobierno que va a enfrentar, no a la oposición, sino a sí mismo para definir su intención y para poder escribir el destino que le depara.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
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