COLUMNA INVITADA

Año 2024: ¿habrá luz en el camino?

La oscuridad del escenario no nos debe hundir. Lo más sabio es aprender para corregir

OPINIÓN

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Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de México
Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La oscuridad del escenario no nos debe hundir. Lo más sabio es aprender para corregir

El año que inicia fácilmente puede ser calificado de oscuro. Los escenarios de guerra se entremezclan con importantes dificultades económicas a nivel global. El medio ambiente del planeta se encuentra en crisis y la inseguridad aumenta en diversas zonas, a causa de la actividad del crimen organizado. La falta de respeto a los derechos humanos se cruza con la baja calidad de nuestras democracias. Podríamos fácilmente seguir con descripciones de hechos durante muchas páginas.  Sin embargo, Hegel, al inicio de su “Filosofía del Derecho”, nos recuerda que “el búho de Minerva vuela mejor de noche”.

En la mitología romana, Minerva era la diosa de la sabiduría. Se le solía representar con un mochuelo en la mano, es decir, acompañada de un pequeño búho. La expresión de Hegel de inmediato invita a pensar que la sabiduría, de algún modo, se cultiva más y mejor, cuando todo va mal. Es como una metáfora que nos sugiere que los momentos de oscuridad son grandes oportunidades para aprender algunas lecciones en profundidad. La ciencia, sin dudas, ayuda a develar la naturaleza del mundo. Sin embargo, en el mundo griego, había una diferencia fundamental entre “ciencia” y “sabiduría”. La ciencia era la explicación causal. La sabiduría era el saber más profundo y elevado, propio de los dioses. Ser sabio, pues, no se aprende tanto estudiando, sino descubriendo el significado último de la vida. Tal vez el abuelo anciano y sin mucha escuela resulta ser más sabio que su erudito nieto, graduado en alguna universidad.

Esto es importante al mirar el año 2024. Nadie tiene esferas de cristal que permitan atisbar el futuro. Sin embargo, el futuro se puede preparar ya sea con el temor propio de quien no ve en la oscuridad, o con la peculiar “luz” de la sabiduría, que exige haber aprendido de los errores del pasado.

¿Qué se necesita para aprender realmente de un error? No es difícil advertir que una primera condición es “vivirlo en carne propia”. Muy pocos escarmientan en cabeza ajena. Ahora bien, lamentablemente, esto no basta. Muchos de los que cometemos errores, aún graves, no escarmentamos, porque no los reconocemos como propios. La vanidad y el orgullo, el “qué dirán” y demás condicionamientos sociales, nos orillan a no mirar nuestra propia verdad. La sabiduría comienza aquí. Sin reconocer la propia miseria y limitación, no hay posibilidad de aprender el significado más hondo de la realidad.

Finalmente, un tercer elemento es necesario: la empatía con el dolor. La vida superficial surge en buena medida cuando no me dejo cuestionar por el dolor de mi prójimo. Es como si para poder ver más allá de la apariencia, fuese necesario tocar con las manos la carne sufriente del otro. Sin mirar a los ojos a las personas que sufren, sin abrazo real y solidario, es imposible entender la mirada de Dios respecto del mundo.

El Papa Francisco nos enseña constantemente esto. El futuro de las personas y de los pueblos, sólo se puede realmente preparar con hombres y mujeres, capaces de una nueva mirada sapiencial, más consciente de la propia fragilidad y más responsable respecto de nuestro prójimo. El bien común no se aprende a través de definiciones. Sólo se redescubre dejando que el “búho de Minerva” vuele y nos señale los incómodos lugares de nuestra propia vida y de nuestro entorno, que tantas veces eludimos para no ver.

POR RODRIGO GUERRA LÓPEZ
SECRETARIO DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA

RODRIGOGUERRA@MAC.COM

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