COLUMNA INVITADA

El Papa Francisco y el Foro Económico Mundial

No basta la eficiencia de los mercados para corregir la desigualdad

OPINIÓN

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Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de México
Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El Papa Francisco ha dirigido un importante mensaje a los participantes en el Foro Económico Mundial 2024. Varios de los diagnósticos realizados por los principales conferencistas tocan tangencialmente los fundamentos morales del desarrollo.

Sin embargo, más pronto que tarde, se desplazan a aproximaciones principalmente funcionales. ¿Basta eficientar la operación de los sistemas económicos y políticos para que el mundo alcance un camino de desarrollo sostenido? ¿Es suficiente promover la libertad de los mercados para que la libre competencia acomode a todos los actores personales e institucionales en una forma de vida a la altura de su dignidad?

Francisco afirma que la globalización, que ya ha demostrado claramente la interdependencia de las naciones y los pueblos del mundo, tiene “una dimensión fundamentalmente moral”.

Más aún, “en un mundo cada vez más amenazado por la violencia, la agresión y la fragmentación, es esencial que los Estados y las empresas se unan para promover modelos de globalización con visión de futuro y éticamente sólidos, que por su propia naturaleza deben implicar la subordinación de la búsqueda del poder y el beneficio individual, ya sea político o económico, al bien común de nuestra familia humana, dando prioridad a los pobres, los necesitados y los que se encuentran en situaciones más vulnerables.”

Más adelante, el Papa Francisco insiste: “Por su parte, el mundo de los negocios y las finanzas opera ahora en contextos económicos cada vez más amplios, en los que los Estados nacionales tienen una capacidad limitada para gobernar los rápidos cambios en las relaciones económicas y financieras internacionales.

Esta situación exige que las propias empresas se guíen cada vez más no sólo por la búsqueda de un beneficio justo, sino también por elevadas normas éticas, especialmente con respecto a los países menos desarrollados, que no deberían estar a merced de sistemas financieros abusivos o usureros.

Si somos atentos, la cuestión que gravita en los constantes llamados de la Iglesia católica a los grandes líderes mundiales, podría ser resumida así: todo modelo económico o político posee una antropología implícita.

En las nuevas narrativas neoliberales, iliberales, socialistas o socialdemócratas, la persona-en-relación, la persona en su amplia inmersión contextual y comunitaria, velozmente es reducida a una abstracción: ya sea de individualismo prometeico, ya sea de neo-colectivismo disfrazado. ¿Qué tipo de humanidad deseamos construir cuando la solidaridad, la inclusión y la cooperación no se ven como dimensión constitutiva y decisiva de la ética para el desarrollo sino como una suerte de retórica moralista, extrínseca y un tanto “soft”?

En el Foro Económico Mundial, y en otros espacios de discusión internacional, urgen hombres y mujeres capaces de trascender la retórica que en nombre de la igualdad cancela la libertad, o en nombre de la libertad desprecia la lucha por la justicia social.

Justo en este ámbito, la Doctrina social de la Iglesia puede hacer un aporte antropológico-ético original. La solidaridad, es decir, la mutua corresponsabilidad, nos debe orientar a no dejar a nadie abandonado en el camino.

Por Rodrigo Guerra López, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina

E-mail: rodrigoguerra@mac.com 

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