Es curioso, Simón lleva el mismo nombre del Libertador de Venezuela, quienes lo conocen creen que es solo por Bolívar que se le dio ese nombre, pero es que muchos no saben del gran compositor venezolano de coplas llaneras, Simón Díaz. La realidad es que este compositor habla de la cotidianidad de los campesinos del llano venezolano sin tintes sociales ni políticos, un genio de la poesía y un filósofo criollo que en lo que más resalta, es en su afortunado paso por los atardeceres naranja que se mezclan con el amarillo de los araguaneyes del llano. A Simón, el atardecer de la Ciudad de México, es el que más le gusta, sobre todo cuando ya va a caer la noche y los árboles diagraman el amarillo con azul que se intercambia en las menguadas estaciones con el naranja. Dice sentirse seguro y se le antoja siempre volver a casa. La luz del atardecer de la Ciudad de México es única, y también tiene un aire de libertad, como al que nos convocó Bolívar hace muchos años.
En unos días Simón será mayor de edad y en sus dos países eso significa que las campañas políticas y los candidatos aguardan por su voto, pero ninguno de los involucrados le ha hablado tanto a él como su observación del mundo para entender cuan incierto es el futuro y lo mucho que se trabaja por dentro para lograrlo. Ha vivido luchas cercanas preciosas y de toda índole y ha podido escuchar millones de veces un “gloria al bravo pueblo” y un “por el bien de todos, primero los pobres”, frases que desde pequeño seguramente ha interiorizado, pero bien que sabe que el lenguaje a veces es solo símbolos y las frases que componen anhelos genuinos pueden doblegarse en instantes dentro de sistemas donde el capital y el poder prefieren el oro y el trono en lugar de la palabra.
Para el 2024 el ambiente se siente cargado, las imágenes se esfuerzan por hacer creer lo contrario, pero en la vida de sus países la historia navega siempre en extremas tempestades y no se imaginan de otra manera. Sabrá que hay que remar muchos kilómetros para elegir las batallas, a qué atenerse, qué posición tomar y seguramente todo esto lo celebra, no conoce otras formas, todo le sucede a través de un remolino de mensajes y contradicciones. Es joven, inicia su vida como ciudadano, con andar despreocupado, pero en el fondo carga dentro un monumental estante de emociones que aún le manejan y le hacen estar más que vivo. Su cara altiva siempre refleja en qué estado de ánimo le ha dejado una buena guitarra y en cuál contrapunteo de arpas algún acorde ha afectado la letra de un corrido norteño. Parece alegre y sube todas las escaleras silbando y saltando, pero sus facciones definen la riqueza contradictoria de sus más íntimas pasiones.
Es joven, es nuevo ciudadano, es un muchacho repleto de privilegios y amor. Cumplirá 18 años en unos días en medio de todas esas tempestades de las que escucha y a veces es parte, y a la distancia, una triste desigualdad marca sus nacionalidades con otras caras, con otras facciones, que hacen sonar y dolerse en otros acordes, otros jóvenes nacidos con un fondo muy gris, sin naranjas, con encierro, hambre y anhelos más inmediatos. Jóvenes que deambulan por desiertos y fronteras en busca de un plato de comida, de los que desaparecen y el Estado no busca ni reclama, de los que transitan en bestias para acabar succionados por ellas y por otros que mecen sus sueños en las armas de un adulto que los secuestra para siempre. Nadie les felicita por su mayoría de edad y tampoco celebra su entrada a la universidad porque para ellos es imposible siquiera pensar en un futuro a mediano plazo. Nadie se disculpa con ellos porque en las universidades públicas que tanto ensalzan en sus discursos no alcanzan los cupos. Solo tienen algo en común con Simón, todos arriba requieren sus votos, son parte de una estadística que reúne a “especialistas” para idear estrategias, pero nadie les habla directamente, ni desde los cuartos de guerra, ni desde los medios contratados ni desde ningún lugar donde se sientan parte de un todo. Si acaso configuran discursos y patrocinan eventos para que entiendan una historia que los historiadores del momento prefieren plasmar. Nadie les habla en consecuencia de actos ni de la palabra empeñada, les hablan solo con la mirada evasiva de un plan crediticio que no llega a todos, de un boleto de oferta que no pueden tener todos, de algún depósito o un programa que anide votos en la casilla próxima a una escuela a la que no asistieron jamás. Del futuro no pueden imaginar casi nada, pareciera que adultos y jóvenes le temen por igual. Pocos planes y lo poco que los comunican.
De pequeño Simón andaba con un libro de Dalí bajo el brazo y se hacía acompañar por él a la hora de la cena. Hace poco confesó que puede asegurar que el surrealismo es la corriente más auténtica del arte. Dice que los relojes dormidos de Dalí, como él los recuerda, no tienen nada que envidiar a otros géneros porque cuando era pequeño él deambulada por ellos derritiéndose con la arena de sus fondos y saltando de un árbol loco a otro. Confiesa que, si una obra no permite imaginar, no habrá manera de sentirla ni con el pecho ni con el estómago, las dos partes que conforman el alma de un ser humano
Él sabe que hay millones de sus compatriotas que quieren regresar como él a casa en el atardecer cálido de la seguridad y el orden y yo le digo que entonces, en su próxima pirueta, sobre todo en la que votará por primera vez, recuerde las palabras empeñadas, las olvidadas y las evasivas, que sepa que vive entre países con desmemoria y que los “poderosos” hoy prefieren fotografiarse entre ellos, subiendo los brazos en señal de victoria mientras en alguna calle cercana, un joven sube los brazos pero en señal de auxilio porque una pistola lo apunta y lo mata porque los de la foto no cumplieron lo poquito que prometían.
POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN.
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